domingo, 24 de enero de 2021

Érase una vez una pandemia (5ª parte): La que está cayendo...o no

Cuando mi padre murió, yo tenía cuatro años y mi hermano sólo dos. Tuvo problemas de corazón. Le tuvieron que operar y en la operación se contagió con una hepatitis que sería la que se lo llevaría finalmente. Por eso siempre odié profundamente el 19 de marzo, el "Día del Padre". Cada año, desde 1º de EGB, era el mismo ritual: el dibujito o la manualidad para papá. Pero yo lo hacía para mamá. Y ello me obligaba cada año a responder sobre los detalles de su muerte al "profe" de turno y a mis compañeros. Siempre era la misma cantinela: caras de sorpresa y preguntas de pena. Todo aquello me hacía sentirme un "bicho raro" por no tener padre. Pero su muerte ya formaba parte de mi vida.

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Mi madre tuvo una enorme virtud. Quiso que esa muerte no hipotecase nuestras vidas. Quedarte viuda con treinta y pocos años, y con dos enanos tan pequeños, sin duda, no fue fácil. Pero ella se propuso no llevar luto, sino colores alegres. No dejó de viajar con nosotros, de reír y de abrirnos todas las puertas que pudo y supo. Y gracias a ella, la muerte estuvo ahí, pero no condicionó nuestras vidas.

Ella murió también, hace ahora ocho años. Se la llevó un cóctel de enfermedades. La fibrosis pulmonar idiopática poquito a poco. Pero luego el cáncer también. Y quién sabe si los efectos secundarios de tantísimas pastillas que tomó durante aquellos largos años en que se fue apagando. Años en que lloré muchas veces, pero que me prepararon para lo que vino cuando ella se fue. Años en que tuvimos que convivir con su enfermedad, y luego con su muerte, sin que lastrase la alegría de vivir de nuestros hijos, sus nietos.

Mis abuelos también se fueron hace mucho. Alguno por una gripe estacional, de esas que dicen que ha desaparecido ahora. En el entierro de mi abuelo paterno descubrí que algo tenía que trabajarme por dentro. No fue normal cómo lloré. Mis primos estaban sorprendidos. Las cicatrices por las ausencias a veces tienen eso.

Si en cada telediario, en cada periódico, o en cada emisora de radio hubieran retransmitido cada minuto de las enfermedades de mis padres, o cuando se marcharon, o los momentos de íntima pena que viví después, hubiera parecido que la vida era sólo eso: enfermedad, dolor, pena y ausencia. Y sería igual si preguntamos a amigos nuestros que trabajan día a día en Urgencias y han tenido que presenciar muertes de Covid cargadas de pena y soledad durante todos estos meses. Pero los que nos leéis desde hace años ya sabéis que, al menos en esta familia, no es así. Hemos decidido que ni la muerte ni la enfermedad nos van a supeditar, por mucho que hayan pasado por nuestras vidas a través de los seres que las padecieron. Sin embargo con esta pandemia se está haciendo precisamente todo lo contrario. La enfermedad está eclipsando nuestras vidas. Se está dejando de vivir para no enfermar. El miedo está atenazando a la Humanidad. Sólo existe Covid. 

Por supuesto ni somos ni podemos ser negacionistas. Y creemos que el peor negacionismo es el de los que se encierran radicalmente y se niegan a vivir por miedo. La Covid-19 existe. Quizás en diversas variantes y con cuadros clínicos radicalmente distintos, que es lo que conviene atender. Pero existe. Que se lo digan a alguna buena amiga que lo ha pasado hace meses y sigue arrastrando secuelas. Y existe como existen las enfermedades y las dolencias cardiovasculares o la hepatitis que se llevaron a mi padre, la fibrosis que se llevó a mi madre, o la gripe estacional que se llevó a mi abuelo. No sé si estamos ante un virus o ante un síndrome, si se ha aislado o secuenciado, o si es natural o creado en laboratorio. La verdad es que a estas alturas "me importa un pimiento". Lo que sé es que hay gente que lo está pasando muy mal. Gente que está sufriendo y muriendo por ese virus, y que merece respeto y consideración. Pero exactamente el mismo respeto y consideración que los enfermos y fallecidos por otras afecciones cuyos procesos, por desgracia, muchos hemos sufrido muy cerca. Y el mismo que el resto de seres humanos, que están sufriendo problemas mentales, suicidios, privaciones en sus derechos y graves problemas económicos por una toma de decisiones totalmente injustificada, viendo las cifras.

Como dice el Dr. Benito, si estuviéramos todo el día mirando con un microscopio binocular un cultivo de paramecios, y nos entretuviésemos en sus minúsculas formas, sus batallas o sus procesos, pensaríamos que esa es la única realidad que existe, por muy llamativa que sea, olvidando que si levantamos la vista del microscopio, hay vida alrededor. Por eso no entiendo lo que está pasando. No entiendo esa frase en boca de todos sobre "la que está cayendo". Estará "cayendo en el Telediario o en algunas Urgencias, pero ¿de verdad también en todas y cada una de nuestras vidas y nuestras cabezas? Porque el miedo es tan peligroso como el bulo, y se acaban extendiendo noticias, como la que corrió como la pólvora esta semana por nuestra zona, alertando de que había tantos contagiados, que el hospital comarcal estaba creando un hospital de campaña en su zona de aparcamientos, cuando la realidad era que se está habilitando una cafetería en los exteriores del edificio. O se acaban haciendo interpretaciones como la de nuestra felicitación navideña, imitando a John Lennon y Yoko Ono, con los mejores deseos de que este virus se acabe, que ha sido vista por algunos como un alegato negacionista por las caras serias que mostrábamos en la imitación.

Somos afirmacionistas. Profundamente afirmacionistas:

-Afirmamos que nunca jamás debe dejarse de vivir porque haya personas que enfermen o mueran.

-Afirmamos que no debe dejarse en la estacada, como está sucediendo, a personas con enfermedades "de toda la vida", en una intolerable discriminación entre enfermedades "de primera y de segunda", como han alertado esta semana con los diagnósticos del cáncer de mama, colon y cervix (ver estadísticas del INE más reciente donde las enfermedades del sistema circulatorio siguen siendo la primera causa de muerte, con el 23% del total, y sin embargo, parecen no existir)

-Afirmamos que es completamente innecesario que, con unas tasas de mortalidad del 1% por Covid, se esté impulsando una vacunación masiva de toda la Humanidad, y a contrarreloj, cuando el nuevo sistema de ARN mensajero está a años de estar testado y ser seguro a largo plazo. ¿De verdad es necesario y tiene sentido poner en riesgo, por pura precipitación, al 99% restante de la población que, o va a estar inmunizada tras pasar la enfermedad o apenas tiene o tendrá síntomas? ¿Se nos ha olvidado cuando de pequeños alguien se contagiaba de sarampión o la varicela, y lo ponían junto a primos, vecinos o hermanos para que lo cogieran y se inmunizaran?

-Afirmamos que es inaceptable e intolerable que se tache de irresponsables a los que no tenemos miedo, o de insolidarios a los que NO queremos vacunarnos hasta que la vacuna esté completamente testada y sea de verdad necesaria. La libertad es lo opuesto al miedo, y con libertad y sin miedo es cuando realmente puedes actuar con verdadera responsabilidad. Observamos a nuestro alrededor, y las personas que conocemos con menos miedo en esta pandemia, son las que perciben que han vivido con intensidad y sentido, que su vida es plena, y afrontan lo que les quede por delante como un verdadero regalo. Y al contrario, observamos mucho miedo en muchas personas que esperan que la vida les dé una prórroga o una segunda oportunidad, pero no acaban de tomar las riendas o las decisiones que den sentido de verdad a esas vidas. Quizá ésa sea la verdadera llamada de esta pandemia.

-Afirmamos que la crispación, el miedo y la histeria que todos estamos presenciando en familiares y amigos, como síntomas del deterioro mental colectivo que se está causando, vienen impulsados por las radicales medidas de aislamiento social, y por un respaldo mediático como nunca ha existido en la historia a una enfermedad concreta. Y que ese deterioro mental y el económico causados por decisiones inapropiadas, repetitivas y encadenadas de país en país, es mucho más grave que la enfermedad que teóricamente se quiere combatir. ¿Cómo se nos puede olvidar que nuestros abuelos y bisabuelos vivieron, se casaron, rieron y "tiraron para adelante" en medio de guerras, miserias y todo tipo de calamidades?

-Afirmamos que el principal aprendizaje de esta pandemia es que la vida, aunque haya muerte y enfermedad, debe ser vivida con intensidad. El miedo y la reclusión anulan el sentido de la vida que muchos dicen tratar de preservar.

He experimentado la muerte y la enfermedad en mi familia desde mi más tierna infancia. Y afirmo con rotundidad, que ni pueden ni deben lastrarnos como lo están haciendo en estos momentos. Al menos así está sucediendo con buena parte de la Humanidad, en este mundo actual, que parece haberse vuelto loco. Impulsemos un poco de cordura. De nosotros depende dejarnos arrastrar o no. Apliquemos un poco de sentido común, que parece ser poco común en estos tiempos que corren. (CONTINUARÁ)

2 comentarios:

Hekamia dijo...

Gracias. Me encanta. El miedo es la peor pandemia y ya que tenemos la suerte de estar vivos y sanos no deberíamos de dejar de VIVIR.
Un fuerte abrazo.

Una_Vida_Mundana dijo...

No estoy de acuerdo con todo, aunque estoy de acuerdo con mucho: muchas verdades contenidas en una sola entrada.
Desde mi punto de vista, mucha culpa es de los medios de comunicación. Estamos tan saturados de información que acabamos estando desinformados. Ésa, quizás, sea la diferencia entre el pasado y el presente. Los medios, incluyendo en éstos a las redes sociales, nos han esclavizado hasta la mente.