Era mi regalo más deseado. Y quizás por eso ni lo había dicho en voz alta. A nadie. Para evitar el "mal fario" antes de soplar las cincuenta velas. A fin de cuentas, el NO ya lo tenía por delante, y mi regalo era totalmente imposible. Pero, ¿y si a base de desearlo en silencio, con todas las energías, los imposibles se hicieran realidad? ¿Y si los mantras de vida, invocados y repetidos, se acaban realizando? ¿Y si de verdad a base de creer, creamos otro mundo? Ésa es "la especialidad de la casa" y de la familia. Y el cartel de la cocina nos lo recuerda a diario: "A winner is a dreamer who never gives up" (El que lo consigue es un soñador que nunca se rinde). Sin embargo, esta vez no me tocaba mí ser ese soñador.
El Universo funciona perfectamente con o sin nosotros. Lo siento, pero es hora ya de darse cuenta. Lo queramos o no, a pesar de pandemias, de virus, y de egoísmos internacionales recalcitrantes, no podemos confundir lo que está sucediendo con lo que a mí me está sucediendo. Por eso no podemos cambiar el Universo. Lo que podemos cambiar es la experiencia individual de lo que sucede fuera. Esa experiencia que a veces llamamos "injusticia" o "mala suerte" no es más que la sensación de fracaso por pasarnos la vida luchando contra lo que la vida nos da. Y depende sólo y exclusivamente de nosotros. Porque lo siento, pero si así lo decidimos, tenemos la capacidad de adaptar nuestro ego a lo que el Universo trae debajo del brazo.¿Que la cosa viene torcida? Pues sí, eso pasará muchas veces. Pero no queda otra que "currarnos" la actitud y aceptar lo que viene. Pero no aceptarlo de forma sumisa o sin criterio. Sino comprendiendo, y estudiando las leyes del Universo y los procesos pedagógicos de lo que debemos aprender por el camino. Dándonos cuenta de que todo aquello a lo que hagamos resistencia, se manifestará con más fuerza dentro de nosotros.
Esa tolerancia a la frustración ante las calabazas que da la vida debería ser el principal tesoro que demos a nuestros hijos y a las generaciones venideras. Porque sin la resiliencia, y con la que puede caer, ¡agárrense que vienen curvas! Por favor, no les ahorremos el aprendizaje de unas buenas calabazas. La capacidad de superación y de sobreponerse a las malas noticias o a las injusticias no tiene precio. Sobre todo en estos tiempos.
Samuel lo experimentó cuando consiguió plaza en dos facultades para hacer Fisica en Toronto (Canadá). Su sueño parecía cumplirse. Pero al no conseguir beca, el precio ya sólo de la matrícula era inasumible y tuvo que desechar esa opción. Le dolió el golpe, se levantó, y hoy está triunfando en Córdoba, planificando sus posibles líneas de investigación en plasma y fusión nuclear.
Lo de Eva fue más doloroso. Se quedó a unas centésimas de entrar en la final para la beca que llevó a Pablo a hacer el Bachillerato Internacional a Italia. Era el primer intento y aún era pequeña: las opciones para volver a intentarlo el curso siguiente eran más que halagüeñas. Pero llegó la pandemia del miedo, y esa segunda oportunidad no llegó. Impusieron a los candidatos vacunarse. Si no lo hacían, no podrían acceder a la final, en una decisión tan injusta como absurda. Y más aún viniendo de una institución que siempre había velado por el diálogo entre las posturas discrepantes. Que siempre había hecho del hacerse preguntas su seña de identidad, como forma de hacer avanzar la ciencia. Eso hasta ahora. Ahora hacerse preguntas le podría acarrear etiquetas incómodas, o romper contactos muy valiosos. Mejor optar por el mal menor de dejar injustamente fuera a estudiantes no vacunados como Eva. Por supuesto, no nos lo callamos ante la máxima responsable de la institución en España, a la que admirábamos y con quien teníamos confianza. De nada sirvió. El golpe fue durísimo para Eva. Y hoy aún lucha por sacar adelante el Bachillerato Internacional, aunque sea aquí, en su tierra.
Tampoco Pablo se ha quedado fuera de estos procesos que, tarde o temprano nos llegan a todos. En menos de un año ha empezado a entender estos principios que millones de personas parecen ignorar. Durante meses había creído lo que la "tele", sus amigos o instagram repetían como papagayos. Se había metido de lleno en esa realidad construida por otros. Y se negaba a cuestionarla, o a hacerse preguntas. No quería cambiar su experiencia individual de lo que parecía pasar fuera. Y estaba irritado, con miedo y cargado de indignación y desequilibrio entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía. La presión del grupo era demasiado fuerte, y no hay un ser más social que él. Hasta que algo en su interior se movió en estos meses. Algo quizás imperceptible. Quizás la sensación de que realmente estamos solos en el Universo, y que solos deberemos dar respuesta a lo que el Universo nos plantee. Y de repente surgió en él una valentía y una convicción que le ha hecho madurar años en apenas un puñado de meses. No hablo sólo de superar un curso difícil a miles de kilómetros de la familia o de la novia. No hablo de compaginar estudios y trabajo, o de independencia económica. No hablo de superar la soledad o de salir del rebaño. Hablo de esas ansias por entender en profundidad lo que está pasando, para aceptarlo primero, y para cambiar después tu respuesta individual. Hablo de cuestionarlo todo, de arriba a abajo, sin miedo a desdecirte o a parecer incoherente con lo dicho o creído hasta ahora. Pocas personas conozco con la valentía suficiente para hacer eso. Y empezó a devorar todo lo que le llegaba para entender. Empezó a atar cabos. Empezó a sentirse fuerte en la soledad de sus decisiones. Y en ese proceso de aceptación, logró una claridad que nunca antes le habíamos visto.
Acabado el curso, y tras semanas de gestiones, tenía sobre la mesa una oferta de trabajo de una sólida empresa, American Fidelity, pudiendo compaginar el trabajo con los estudios, y ejercitarse de lleno en lo que está aprendiendo en clase sobre bases de datos. Todo parecía cuadrar. Pero en el último momento, apareció la "injusticia" de turno. Esa "mala suerte" que parece perseguirnos a todos. Y lo hizo en forma de chantaje: "O te vacunas contra la Covid-19 o no hay contrato", parecía decirle el destino. Justo cuando más convicción había alcanzado sobre no hacerlo. Ahora que su decisión era firme, el Universo le ponía a prueba, confrontando esa determinación con lo que más deseaba en ese momento: esa gran oportunidad laboral. Al principio se lo tomó muy mal. ¿Qué sentido tenía ya por junio/julio imponer algo así, cuando ya se sabía tanto sobre la eficacia, seguridad y necesidad de estos experimentos? ¿Cómo podían ponerle ese "ultimatum" cuando su trabajo no era presencial y no había peligro de contagio alguno? ¿Cómo podía ser que le obligaran a ponerse en riesgo, cuando su decisión de no vacunarse ya era firme, y avalada por multitud de tratados internacionales? La realidad era tozuda, y le confrontaba con lo que le habíamos advertido, que no era otra cosa que preparar la defensa formal de su decisión, minoritaria y perseguida. Y si antes no lo había hecho por verlo lejano e inconcreto, esa oferta de trabajo, con su absurda exigencia, le acabaron de convencer. No podía dejarlo pasar. No podía rendirse justo ahora.Removió "cielo y tierra" contactando a más de doscientos médicos americanos. Y recopiló documentación médica de los antecedentes familiares de su abuelo paterno por problemas cardíacos, de su abuela materna por trombos y de su inmunidad natural por haber superado el Covid-19 en febrero de 2021. Todo ello posibilitó que le firmaran una excepción médica inapelable frente a la vacuna. Y con ella, la empresa no tuvo más remedio que firmar el contrato, aceptando la excepción médica punto por punto. Con esas calabazas, Pablo había hecho un buen guiso.
¿Cuántos miles o millones de personas se habrían visto violentados en su decisión o en su libertad en decisiones parecidas a lo largo de estos dos años? ¿Cuántos habrían sucumbido ante los anuncios y los globos-sonda, ante la persecución desmedida contra el que actúa distinto? ¿Cuántos habrían seguido al rebaño sin más, por no ser señalados, por no sentirse solos?
Su batalla y su victoria le reafirmaron aún más. Lo había conseguido porque no había dejado de soñar, ni se había rendido en ningún momento a pesar de ir contracorriente. Y si lo había conseguido confrontando a una empresa gigante como ésta respecto a una oferta de trabajo, ¿por qué no iba a ser capaz de hacerlo confrontando a la todopoderosa CDC americana y a las compañías aéreas, que le decían que si salía de EEUU para ver a su familia en España, no podría regresar a EEUU sin vacunarse? Demasiado tarde para ponerle obstáculos ya. Había experimentado el poder de su libertad y de la coherencia de los actos.
Pablo y su novia, que había ido a visitarle, se reunieron con nosotros en nuestras vacaciones gallegas, en un vuelo hasta Coruña desde Oklahoma con dos escalas. Los vuelos estaban a unos precios desorbitados, pero ya se las arregló para encontrar vuelo barato de ida y vuelta con escalas europeas. A esas alturas eso estaba "chupado". Y ya está de nuevo de regreso en EEUU. No hubo problemas ni en el vuelo de ida ni en el de vuelta con su excepción médica. Y ya tiene reservado vuelo de nuevo para venir estas Navidades, por primera vez desde que está en la Universidad.
Mi regalo más deseado se había cumplido. Pude tener a mis tres retoños juntos en las vacaciones más entrañables de mi vida. A los tres les ha dado calabazas el destino. ¿Y qué? Ahora los tres son mucho más fuertes.
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1 comentario:
Enhorabuena por esas entrañables vacaciones con tus retoños y felices 50!! <3
Bendita sea la capacidad de no rendirse y benditas sean las calabazas que nos fortalecen!!
Cariños para todos desde Suecia!!
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