Después de tantos y tantos meses de batalla en la búsqueda de la verdad, nos dimos cuenta. Sea sobre la pandemia, sobre Ucrania o sobre el cambio climático, lograr un mundo mejor no puede ser a base de victorias. No puede ser a base de "llevar la razón". Porque eso, al final, te acaba convirtiendo en enemigo de los derrotados. ¿Y de qué sirve entonces tanta lucha por la verdad si te quedas solo con quienes ya militaban en tus filas de esa verdad?
Debe hacerse de otra forma. Lo vimos muy claro hace unos días. Tuvimos una videoconferencia con alguien muy querido. Y tras un buen rato de confidencias y cariño compartido, antes de finalizar, quiso hacernos LA pregunta: "Tengo una enorme curiosidad: sabiendo cómo profundizáis en todos los temas, y cómo os tomáis las cosas tan en serio, ¿cómo os pudísteis posicionar sobre la pandemia de esa manera?" Respiramos hondo. La respuesta la teníamos "a huevo". La inercia nos pedía responder algo como: "Precisamente por eso. Porque era el
momento de darlo todo, seguir siendo rigurosos y
no dejarse arrastrar ni por la mayoría ni por la manipulación." Pero eso habría dejado derrotados. Habría reforzado el ego. E incluso habría alimentado de nuevo el debate a unas alturas en que hay mucho donde buscar para quien quiere abrir los ojos. Así que dimos una respuesta sin derrotas. Tendiendo puentes. Da igual lo que se pensara o se hiciera entonces. Da igual si me señalaste o me defendiste. Al final tendremos que volver a abrazarnos.
Hubo meses en que vimos muy necesario alzar la voz. No callar. Y compartir con la misma actitud de siempre lo que estábamos descubriendo. Principalmente por nuestros hijos. Y también por los pocos que quisieron escucharnos y no huir de nosotros entonces. Pero ahora percibimos con claridad que ya no es momento de luchar contra lo viejo, contra lo falso o contra la manipulación. Eso sí, nada de dejarse avasallar. Pero desde luego es momento de impulsar una nueva historia, una nueva película de todo esto. Una que no se base en la división, en vencedores y vencidos, en buenos y malos.
Cuando uno se llena tanto de razón, sufre cierto trastorno (transitorio o no) que le lleva a endiosar esa razón por encima de todo y de todos. Y probablemente lo hará con la mejor de las intenciones. Pero con unas consecuencias nefastas. Porque si se tiene el poder o la audiencia, se intentará imponer esa "verdad" o ese razonamiento pase lo que pase. Contra viento y marea. Como un rodillo. Y se verán razonables los calvarios que deban sufrir quienes no respeten esa verdad. Y uno pensará: "¡Menos mal que el poder está en nuestras manos y no en la de los malos!". Pero, ¿y si te han engañado? ¿Y si no has profundizado lo suficiente para darte cuenta de que lo que creías la verdad no era sino un error? ¿Y si has cometido acciones injustas creyéndote en el lado de los buenos, cuando realmente estabas en el de los malos? ¿Qué pasa entonces?
Lo que pasa es que eso, justamente eso, es lo que está en el ADN de nuestro sistema actual. Y pasamos sin cesar del bando de los buenos al de los malos, y viceversa, sin darnos cuenta. Por eso, cuando surgen las guerrillas de resistencia para contrarrestar ese rodillo de las "verdades oficiales" injustamente impuestas, acaban cometiéndose los mismos desmanes pensando que está justificado porque los malos son los otros. Pero lo sentimos mucho: todo lo que eleva el nivel de odio, incluida la crítica agresiva contra el propio sistema, está perfectamente en sintonía con el propio sistema, con el ADN de todo lo que conforma este enorme castillo de naipes en el que vivimos y que subsiste gracias a la división del mundo en dos fuerzas: el bien y el mal.
La pregunta es: ¿aceptamos ciertos motivos, quizás orientados a objetivos, como salvoconducto o excusa para hacer el mal en nombre del bien? Castigar o derrotar a quien no piensa igual, excluirle de ciertos beneficios, hacerle la vida imposible...A fin de cuentas, se lo merece. Es de los malos, de los equivocados. Y si no actuamos así, puede perjudicarnos a todos. Pero cuidadín, cuidadín: ese ADN forma parte de nuestro propio ADN. Es esa configuración interna, esa programación grabada a fuego en nuestro interior, que nos dice que nosotros somos los buenos, que estamos en posesión de la verdad, y que por tanto, los de enfrente están equivocados. Es el doble pensamiento que hemos "mamado" desde los más tiernos cuentos infantiles, pasando por la escuela, los telediarios y las películas de Hollywood. Lo veremos no sólo adecuado sino incluso justo. Y nos veremos reforzados en nuestra creencia de ese "bien" con los consiguientes refuerzos y feedbacks positivos de la pertenencia: la palmadita en la espalda, lo que dice la mayoría o los "expertos" de tu "tele amiga", la aceptación en el grupo, el respaldo de tu colegio profesional...Y el culmen de todo será cuando no se trate simplemente de una interpretación de lo correcto, sino cuando se cambia totalmente la realidad misma para respaldar lo que consideramos la verdad. Y así minusvaloraremos el sistema inmune innato que nos protege desde hace miles de años en detrimento de un experimento génico, o decidiremos que ese experimento protege de la transmisión cuando no lo hace. Pero lo mismo sucede en las filas de quienes critican esa verdad oficial y se pelean sobre el grafeno, el 5G o sobre si el Covid-19 existe o no. Al final el "paño" es el mismo, y la única diferencia es qué nombre le ponemos a nuestra "verdad" y a nuestro bando. Por desgracia, la Historia nos demuestra cuántas aberraciones se han cometido así.
Con toda rotundidad: da igual el "ismo" que defiendas (negacionismo o tragacionismo, madridismo o barcelonismo, sanchismo o feijoismo). Si lo haces, compartes un acuerdo con el sistema: que debemos razonar la respuesta correcta, persuadir a otros, y elegir nuestras acciones en función de ella, caiga quien caiga, sea lo que sea que haya que someter.
Yo mismo esculpí mi identidad en base a ese doble pensamiento. A fin de cuentas soy un "eneatipo 1" de manual. Debía defender la verdad y debía conseguir el reconocimiento y el afecto de los demás en esa defensa a ultranza de lo correcto, lo responsable y lo solidario. Pronto me di cuenta de lo esclavizante que eso podía llegar a ser, y cuánto de ego había por el camino. Pero ahora se añade otro descubrimiento más: veo además que ese razonamiento y el proceso para convencer a los demás sustenta el sistema que trataba de combatir. Quizás era el momento de no combatirlo sino de ayudar a impulsar uno nuevo.
Todo esto lo estoy viviendo en mis propias carnes estos días en el ámbito laboral. Ha habido cambio de Dirección en mi oficina, y ha habido ceses de algunos jefes como consecuencia de ello. Esas decisiones afectan a mi servicio que tendrá que prescindir de algún buen técnico. Y sin embargo he sido señalado por algunos como el instigador de esos ceses. Como el malo de la película que mueve todos los hilos. E incluso algunos compañeros me vinieron alarmados por las mentiras que se iban diciendo por los pasillos sobre mí, y que yo debía desmentir. Era como darme en la línea de flotación de todo lo que había sido mi búsqueda de identidad durante años. Y sin embargo, ahora sentía que la más mínima palabra para argumentar contra esas falacias, no haría sino alimentar la energía de todo ese proceso, por mucho que me pudieran "pitar los oídos". Quizás debía sólo observar el efecto que todo eso me provocaba y aceptar que no era momento de defender mi verdad, sino de entender los procesos de frustración y miedo que podían estar detrás de esas acusaciones. Lo contrario sería echar más leña al fuego y a mi ego
¿Que si está siendo fácil ese proceso en el trabajo? Para nada. Pero en el fondo, ayuda a poner en primera línea algo esencial: desapego, desapego, y desapego. En todo estamos de paso. Tengo 50 años. Soy jefe de servicio en Hacienda. Y he tardado estos años, por suerte a tiempo, en darme cuenta de que ser jefe de Hacienda no es nada. Absolutamente nada. Como tampoco lo es ser Presidente del Gobierno, el mejor futbolista o el mayor millonario del mundo.
Para uno como yo, que lleva toda la vida en películas de "buenos y malos", este nuevo escenario que planteo no es que no sea fácil: es que es una auténtica revolución. Porque, por un lado, te anima a no militar en bandos, que no dejan de ser los pilares del sistema. Y por otro lado, debe partir de donde deben partir todas las revoluciones: del corazón de cada uno de nosotros. Y probablemente esa sea la única forma de cambiar el sistema: infiltrarse en él, y cambiar el ADN de la lógica que lo sustenta. Porque aunque nos llenemos de razones y de "verdad", si traicionamos nuestro corazón, todo estará muerto dentro de nosotros. Por eso quizás valga mucho la pena dejar de montarse películas de esas.
-Grupo Telegram: https://t.me/familia3hijos
-Blog: http://familiade3hijos.blogspot.com/