Es, sin duda, de lo que más orgullosos estamos como padres. Con los tres. Más allá de las buenas notas, de sus logros musicales o deportivos, o de su nobleza. Todo ello tiene muchísimo mérito. Pero esto lo tiene aún más. Sobre todo en estos tiempos que corren. Baste un ejemplo reciente.
Eva llevaba años con esa ilusión. Había sido testigo desde la distancia y desde la barrera de cómo sus hermanos habían disfrutado de experiencias únicas e inolvidables durante aquel 4º de la ESO en Estados Unidos. Sus ojillos se dilataban cada vez que alguno de ellos rememoraba cualquier anécdota, cualquier detalle. Y se frotaba las manos a medida que se acercaba su turno, pensando en que por fin le tocaba a ella en agosto de 2020. Luchó muy duro para conseguirlo. Meses preparando la documentación, las vacunas y un vídeo de presentación, que trabajó a conciencia. Y cuando aquella familia texana la eligió para acogerla en su hogar, saltaba de júbilo. No se lo podía creer. ¡Por fin!... Pero de repente todo se truncó. Llegó la pandemia y con ella ese miedo pegajoso y contagioso que sigue adherido a esta Humanidad desde entonces. Con todo ya preparado y pagado, la agencia empezó a desaconsejar el viaje. La familia y los amigos empezaron a decirle que era mejor no ir. Que era peligroso. Que no iba a ser como otros años. Que ya habría otras oportunidades. Y a juzgar por las caras que nos ponían a nosotros, que seríamos malos padres si la enviábamos en una situación así. De modo que aquel sueño que había atesorado durante años se truncó definitivamente cuando la Administración Trump cerró las fronteras y las visas para estudiantes extranjeros. No paraba de llorar. No podía creer su mala suerte. Pero tras unos días de "bajón", la ayudamos a recordar lo que llevamos años trabajando en casa. ¿Quién tiene la llave de tus sueños? ¿Tu familia? ¿Tus amigos? ¿La agencia del viaje? ¿Trump? ¿Cómo que el sueño se truncaba definitivamente? ¡De eso nada! Mey la ayudó a visualizar con todas sus fuerzas que aquella puerta que le estaba cerrando el destino, se podía abrir para ella. Debía prepararse interiormente si se daba la más mínima oportunidad. Y día tras día cerró los ojos y se vio con su nueva familia americana en ese viaje que tanto había deseado durante años. Una y otra vez. Sin desesperar. Hasta que el Universo debió sentir las cosquillas de su ilusión y abrió una rendija. Una muy pequeña. Pero si por las rendijas más pequeñas se cuela el agua, ¡qué decir de los sueños! Trump tuvo que recular en su decisión respecto a las visas de estudiantes, ante la demanda de las veinte principales universidades americanas. El primer paso estaba dado. Pero no era el más difícil para Eva. Lo difícil venía ahora: mantenerse firme en su propósito contra viento y marea. Contra la familia, los amigos, y la agencia, que ya nos había devuelto incluso el dinero. Contra el hecho de que sólo darían el paso un puñado de chavales. Y sobre todo contra ese mantra que ya entonces llevábamos meses escuchando: "miedo, miedo, miedo....uh, uh, uh". No se trataba de ir contracorriente en una rebeldía sin causa. Se trataba de no dejarse arrastrar por la corriente de lo que todos hacen sin fundamento, sólo porque todos lo hacen. Se trataba de no tener miedo a ser señalada o criticada por hacer algo distinto. Y se trataba, sobre todo, de no entrar en los chantajes psicológicos, sibilinos o descarados, para que no se fuera "por su bien". Pero ella no dudó ni un instante. "Erre que erre". Y nosotros la respaldamos al 200%. ¿Después de toda una vida guiándole para que nadie le escriba su destino, ahora íbamos a cambiar de rumbo, sólo porque la "tele", los gobiernos y todos los que les escuchaban señalaran otro? Pues no. Rumbo sólo hay uno: el que cada uno se marca. No el que tratan de marcarnos. La decisión no gustó. Y estamos convencidos de que hubo personas que hasta que volvió hecha una mujer un año después, no respiraron tranquilas. Pero ella vivió su sueño, en lo que no para de repetir que ha sido, sin duda, "el mejor año de su vida". Y esa determinación, ese empuje y esa libertad de criterio frente a todos y frente a todo es lo que más orgullo nos genera como padres. Quizás porque el instinto nos dice que es de lo que más necesita este mundo. Y es el mejor legado que podemos dejarle a este planeta a través de nuestros tres hijos.
Por desgracia, el mundo hoy está en las antípodas de esto. Hemos cedido toda nuestra libertad. Hemos delegado en otros la decisión sobre nuestro rumbo vital prácticamente en todo. Nos creemos todo lo que nos dice "la caja tonta" sin cuestionarnos si tiene o no sentido. Obedecemos sin pestañear las decisiones de nuestro gobierno, aunque carezcan de lógica y coherencia. Nos sometemos y, peor aún, sometemos a nuestros hijos al itinerario absurdo que nos marcan "el qué dirán", "un futuro digno", ese miedo histérico, o la absurda huida de nuestra condición de seres finitos. Y agachamos la cabeza, para que nos den los "cogotazos" que sean necesarios. Eso sí. Mientras nos los dan, nos dirán que es por nuestro bien. Nos hemos convencido de que es mejor eso, que tener que decidir por uno mismo, y sobre todo, si con esa decisión, debes ir contracorriente. Pero al menos permanecemos en nuestra zona de confort. Ahí, calentitos. Sintiéndonos rebaño cumplidor, ciudadanos ejemplares de una historia que nos hemos tragado de principio a fin.
Los que hemos vivido en nuestros hijos la etapa de la adolescencia, sabemos bien que lo más difícil del paso a la edad adulta es asumir la responsabilidad de decidir. Siempre es más fácil que otros te digan lo que tienes que hacer. No tienes que analizar alternativas, informarte o estudiar a fondo los pros y contras de las distintas opciones. Sólo obedeces y ya está. Pero eso no es ser adulto. Y nos sorprende enormemente hasta qué punto esta dinámica se ha producido en el último año en buena parte de la Humanidad, dejando que otros decidan por miles de millones de personas sin apenas cuestionarnos nada.
Dicen los psicólogos que entre el niño pequeño y su cuidador (sea el padre, la madre o su tutor) se crea un nexo de dependencia tan fuerte, que cuando por desgracia hay abusos sexuales o violencia en ese ámbito tan íntimo, el niño no puede asimilar que su cuidador, que es "bueno y perfecto", le pueda estar haciendo daño. Y llega a culparse por lo que está sucediéndole, prolongándose durante años (si no, de por vida) ese trauma psicológico. Esos niños, con esa dependencia tan fuerte de sus cuidadores, acaban creciendo. Acaban teniendo un trabajo, un apartamento, un coche. Y muchos acaban trasladando el papel de ese cuidador, desde sus padres al Gobierno, a los medios de comunicación, a la comunidad médica y científica, o incluso a la OMS, sin hacer una verdadera transición a lo que implica ser adulto. Y si les hacen daño, pensarán que es por su culpa o porque alguien ha desobedecido lo que debía hacerse.
Si hubiéramos dicho esto hace dos años, podría haber parecido exagerado. Pero tras lo que estamos viviendo en este pandemia, resulta hasta comedido. Y nos recuerda otras situaciones similares que ya denunciamos y que conectan con este "paternalismo" permanente en el que vivimos, y en el que nos censuran las noticias o la información porque "alguien" sabe, mejor que tú o que yo, lo que necesitamos ver u oír. Hasta ese extremo hemos llegado.
Y si hablamos del "paternalismo sanitario", "apaga y vámonos". Empezando por el papel pasivo, ignorante y sumiso que debe tener el paciente ante la sapiencia del doctor o científico de turno (¡¿a nadie le choca que se le llame precisamente "paciente"?!). Él o ella, mejor que nadie, sabe lo que debes o no debes hacer o tomar. Y ni se te ocurra cuestionar nada, por muy tuyo que sea tu cuerpo. Como cuando nos tacharon de locos por no querer hacer la arriesgadísima amiocentesis en el embarazo de Eva porque lo decía una tabla estadística de edad, por mucho que la madre tuviera claro que todo iba bien. O como cuando a unos grandes amigos les aconsejaron (y casi forzaron) a abortar, porque en el embarazo de su segundo hijo, se detectó un exceso de material genético en el cromosoma 11 sobre el que no había suficiente literatura médica ni estudios científicos. En ambos casos, los padres nos hicimos preguntas, atamos cabos y sopesamos ese criterio "médico-científico", que llevaba a consecuencias tan nefastas. No seguimos el dictamen médico, y en ambos casos, llevábamos razón y los niños están perfectamente 16 años después.
Eso no significa que no creamos en la Medicina o en la Ciencia. Para nada. La Medicina y la Ciencia me han salvado el ojo varias veces (ver 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7) e impidieron que lo de mi oído tuviera consecuencias nefastas. Pero eso no significa que la Medicina o la Ciencia sean un dogma. Podemos y debemos hacernos preguntas y plantear alternativas. Así, si hace unas décadas una embarazada se hubiera negado a que le pusieran rayos X (conocemos a alguien que así lo hizo), se habría visto como un sacrilegio negacionista esa postura, y sin embargo posteriormente se ha sabido el daño que esos rayos provocan al feto. Igual que cuando Mey ya en dos ocasiones, ha dejado "de piedra" a su ginecóloga, cuando le iban a extirpar unos quistes, y ha sido capaz de que éstos se disuelvan solos. ¿Cómo pretenden que simplemente hagamos o nos dejemos hacer sumisamente lo que nos dicen sin hacernos preguntas? ¿Acaso no nos damos cuenta que la medicina occidental en muchos casos está inmersa en un sistema mercantilista que simplemente va al síntoma, y no a las causas de las enfermedades? ¿Acaso se nos olvida que tenemos capacidad incluso para curarnos a nosotros mismos? ¿Cómo pretenden que cedamos de esa forma la autonomía y la libertad sobre nuestro cuerpo, como si fuéramos meros números? Con nosotros que no cuenten para jugar a ese "paternalismo" sanitario absurdo.
Sinceramente, creemos que vivimos en un "Estado-niñera" o en una "sociedad-niñera". Y, por ejemplo, como niños consentidos, maltratamos, derrochamos y abusamos del gran planeta que nos acoge, en lugar de empezar a actuar como adultos y plantearnos qué podemos hacer por el maravilloso lugar en que habitamos. Por otro lado, en el ámbito socio-político, hay mecanismos de solidaridad y apoyo a muchos colectivos que si no se gestionan con equilibrio, acaban generando dependencias, esclavitudes y chantajes peores que las duras situaciones de partida. Por eso toca ya crecer y hacerse mayores. Toca hacerse preguntas. Y toca actuar en conciencia y en coherencia con nuestro rumbo vital como seres adultos y evolucionados. Aunque sea difícil y arriesgado. Aunque a veces uno se caiga y se equivoque. Nosotros hemos dejado que nuestros hijos se caigan muchas veces para que la experiencia de la caída les enseñe y les curta. Desde muy pequeños han ido de acampada a la montaña con los Scouts, y han tenido que enfrentarse por ellos mismos a multitud de dilemas y retos. Obstáculos, encrucijadas, frustraciones...¿acaso no es eso la vida?
En la película de Spiderman, éste decía que "cuanto más poder tienes, más responsabilidad tienes". Y eso implica, antes de nada, evitar que con ese poder puedas causar mal a otros. Y eso no se consigue si actúas con arrogancia y prepotencia. La misma que derrochan hoy en día multitud de instituciones y sus representantes. Por eso va siendo hora, a estas alturas de la película, de que se deje de lado, tanto paternalismo, y empiecen a tratarnos con algo más de respeto. El respeto y la confianza hay que ganárselos. No se imponen. Y para ganárselos hay que escuchar más y demostrar más empatía. Hacia el paciente con efectos secundarios. Hacia los médicos o científicos que no opinan igual. Hacia quienes no tienen ese mismo miedo.
Mey y sus compañeros del mundo de la enseñanza repiten lo mismo una y otra vez. Y es buena prueba de los tiempos que vivimos: "mis alumnos no paran de pedirme la respuesta correcta, en vez de estar dispuestos a aprender a pensar para llegar a ella". ¿Estaremos dispuestos como Humanidad a crecer para llegar nosotros solos a las respuestas de nuestra vida? ¿O seguiremos esperando como niños que nos digan lo que tenemos que hacer?
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