Es difícil encontrar esa emoción en un adulto. Pero Camilo la irradiaba este miércoles. En un niño sí es frecuente. Pero en un adulto es raro. Es como si la edad nos hiciera sosos, resabiados, apáticos... Ese entusiasmo, como cuando abríamos la puerta del salón de pequeños la mañana de Reyes. Esa pasión, como cuando salíamos al recreo corriendo como locos. Ese arrebato permanente descubriendo en cada esquina pequeños tesoros de la vida que, por desgracia, con el tiempo, nos pasan inadvertidos. Por eso ver a Camilo así me ponía los vellos de punta. Era como conectar con esa maravillosa locura infantil, pero en un adulto. Como niño con zapatos nuevos. Pero lo de Camilo no eran zapatos nuevos. Eran ojos nuevos. Los míos.
Dicen que el mundo está muy mal. Que esto no hay quien lo arregle. Que nos vamos "a la porra". Y desde luego si tus ojos son el telediario, los periódicos, o las palabras de un compañero o vecino pesimista, sin duda, será así. Pero nosotros vemos y vivimos otra realidad cotidiana. Y esta semana hemos sido testigos de un precioso episodio de ella con Camilo. Aunque no nos demos cuenta, estamos en un momento histórico único en el que la tecnología nos permite abrazar la necesidad de cualquier persona aunque esté a miles de kilómetros. Nunca antes había sido posible. Y hoy lo tenemos en nuestro bolsillo las veinticuatro horas. Literalmente. Y no nos damos cuenta.
Camilo es un chico invidente colombiano que vive en Alemania. Nos conocimos este miércoles. Su pequeño apartamento es como si fuera ya mi casa, aunque no he estado allí. Solicitó ayuda a través de la aplicación BeMyEyes (Sé mis ojos), que a través del móvil permite a cualquier invidente del mundo solicitar ayuda para que un voluntario o voluntaria vea a través de su móvil y le guíe. Así de sencillo y así de revolucionario. Camilo usó mis ojos para leer una carta que le había llegado y para que le describiera detalles de su apartamento. Y no podía evitar emocionarse al pensar que con esa sencillísima aplicación podría evitar desde ahora sentirse ridículo llevando calcetines de distinto color, o localizar cualquier ingrediente o conserva en su cocina. No se tendría que echar a llorar de desesperación cuando se perdiera en la calle, y no supiera qué camino tomar.
Si es maravillosa esa posibilidad para una persona ciega, de forma tan sencilla y con tanta calidad, esta historia tiene aún más jugo. Y es que hasta esta semana no he podido asistir realmente a ningún invidente. Y en esta ocasión fue porque estaba leyendo un whatsapp y en ese momento probaba Camilo la aplicación por primera vez. Cogí su llamada de inmediato. Otras veces me han llamado, pero tardé unos segundos en coger la llamada, y hay toda una legión de voluntarios dispuestos a asistir a los invidentes. En concreto más de 615.000 voluntarios para asistir a unos 48.000 invidentes. Es decir, que cuando una persona ciega llama para pedir ayuda, hay más de doce personas dispuestas a ayudarle, y aquel que coge antes la llamada es quien le asiste. Y esto se visualiza perfectamente en la aplicación nada más entrar, con un dibujo del planeta Tierra, y las cifras de los invidentes a un lado, y las de los voluntarios a otro. Dos mundos completamente distintos, como pude comprobar con la emoción de Camilo ante detalles que nos pasan inadvertidos a los que vemos.Pero dos mundos unidos en uno solo por un dibujo de un corazón. Y curiosamente los dispuestos a arrimar el hombro son aplastante mayoría. Los que se han puesto a tiro de esa solidaridad concreta son tantos que surge una sanísima competencia por ver quién atiende antes al ciego que lo necesite. ¿Estaremos quizás más cerca de lo que pensamos de que los dispuestos a cambiar el mundo no sean vistos como unos bichos raros, y sean mayoría?
El mundo se polariza cada vez más. Aunque estemos llamados a ser UNO. Cada vez hay más personas con una vibración muy alta y otras con una muy baja. Unos trabajando para el prójimo y otros para sí mismos. Unos acumulando dinero y bienes materiales y otros buscando la sencillez y vaciarse de bienes. Unos viendo las malas noticias del telediario, y otros construyendo un mundo diferente para vivir. Ayer lo hablábamos con nuestro hijo Pablo mientras volvíamos a casa andando tras recogerle de clase de francés. Está leyendo el libro "Un mundo feliz" y le horripilaba observar lo cerca que estamos de un mundo de ficción como ese. Se espantaba viendo tanto pesimismo y tanto reduccionismo en compañeros suyos de dieciséis años. Para muchos somos sólo pura biología, pura aleatoriedad, puro egoísmo. Quizás habrá que prestarles los ojos, como a Camilo. Y mostrarles que hay todo un mundo maravilloso de gente trabajando por los demás. Habrá que hablarles de nuestro amigo Joserra y su revolución altruista con un montón de locos como él. Habrá que hablarles de nuestro querido Antonio y otro montón de ángeles con los pies en la tierra como él. Habrá que hablarles de Xavi o Luije, y otro montón de utópicos haciendo realidad las utopías como ellos. Y quizás a través de nuestros ojos, esos dos mundos se vayan haciendo uno. Ojalá llegue pronto el momento en que sean muchos más los dispuestos a coger esa llamada por un mundo diferente, que los necesitados de esa llamada.
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3 comentarios:
hola los conocí por que en youtube vi un reportaje! me encanta vuestra familia. Nosotros somos algo parecido, tenemos una vida un poco mas slow y consiente por el ambiente. les mando un saludo desde Italia!
hola los conocí por que en youtube vi un reportaje! me encanta vuestra familia. Nosotros somos algo parecido, tenemos una vida un poco mas slow y consiente por el ambiente. les mando un saludo desde Italia!
¡Muchas gracias, Fernanda!
Nos ha hecho mucha ilusión tu mensaje, ¡¡y desde Italia!!
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5 abrazos fuertes
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