"¿Dónde va Vicente? Donde va la gente". Ese es un dicho popular que evidencia, en mi opinión, buena parte de la apatía que nos lleva a seguir en el sofá consumiendo tele-basura o fútbol a destajo, mientras les quitan a nuestros hijos el futuro. O a movilizarnos y salir en masa para una causa tan noble y elevada como los éxitos de la selección española de fútbol. Pero visualizarlo de una forma tan clara me ha causado un profundo shock. En el siguiente vídeo (VER) se hace un experimento en un ascensor. En él, una persona que comparte un ascensor con otras personas, modifica su posición y su mirada hasta el absurdo, movido por la presión social o del grupo. Verlo desde fuera causa hilaridad. Pero vivirlo en el día a día hace a quienes son capaces de superar esa presión del grupo, unos auténticos héroes. Por eso estoy tan orgulloso de mi hijo mayor por la difícil prueba que el pasado curso hubo de superar en esta asignatura.
Los que siguen este blog, bien saben que procuramos fijarnos en las enseñanzas de nuestros hijos (ver los posts del niño-anguila o el de "creer es crear") como formas de luchar contra las programaciones y los condicionamientos que nos encarcelan a los adultos. Por eso, este caso de mi hijo de 11 años, me parece muy ilustrativo. Él es un chaval muy sociable, para el que la pertenencia al grupo resulta fundamental. Le cuesta pasarlo bien solo, y ello le lleva a depender de los demás (a veces demasiado) para disfrutar. Por eso tiene aún más mérito lo que sucedió. Sus compañeros y amigos más íntimos, empezaron en 5º curso a ejercer prácticas de "matonismo" contra los pequeños: que si una "colleja", que si un insulto, que si una broma para ridiculizar....La cosa fue subiendo de tono, y mi hijo se encontró ante una dicotomía: o seguir esas prácticas para continuar "calentito" al refugio del grupo, o separarse de ellas, y con ello, verse "solo ante el peligro". Le costó mucho la decisión, pero optó por lo segundo. Y ello le granjeó unas semanas de infierno que no olvidará. Los insultos y vejaciones se volvieron contra él. Le llamaron de todo, menos "bonito". No podían aceptar que "uno de los nuestros" se apartase y se opusiera a esas actitudes. Esas semanas lloró y sufrió mucho. No entendía cómo los que él había considerado "amigos del alma" ahora le machacaban a insultos, le hacían el vacío, y le obligaban a jugar con los pequeños del colegio. Fue una durísima enseñanza.
Mi hijo tiene ciertas dotes de liderazgo, y con el paso del tiempo, sus ex-colegas, empezaron a observar que buena parte de la clase y de los colegas del recreo, se empezaban a arrimar de nuevo a él. Entonces empezaron una segunda fase del hostigamiento: "o con nosotros o contra nosotros". Pero dos no pelean si uno no quiere...Y si uno no entra en las malas vibraciones de los demás, esa energía "chunga" se diluye...Mi hijo vio reforzada su postura cuando el resto de la clase, volvió a jugar con él. Aquellos que le habían denostado, volvieron a tender puentes, al empezar a verse solos. Rebajaron su "gangsterismo", y optaron por diluir el conflicto.
Él ha aprendido mucho en estos meses sobre el valor de lo auténtico y de los principios, de la importancia de resistirse al "qué dirán" o a la presión del grupo. Ha reforzado mucho su personalidad, y ha relajado su dependencia de los otros. Ha sido un verdadero ejemplo para nosotros, a pesar del sufrimiento vivido (un verdadero drama a esas edades). Y yo me pregunto: ¿hasta cuándo estaremos los adultos dispuestos a soportar esta presión social que nos inmoviliza, que nos genera apatía y nos impide actuar con firmeza en pro de lo justo, y alzar la voz contra tanta injusticia?
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