sábado, 5 de octubre de 2024

Apegos e intercambios

Está claro que me resistía. De modo cabal, civilizado, educado... Sí, todo lo que tú quieras. Pero me resistía. Eso sin duda. Una cosa era participar de la experiencia, como el que explora un territorio desconocido, cosa que siempre tiene su intriga y atractivo, y más aún si hablamos de Miami. Pero otra cosa bien distinta es poner tú el territorio para que otros "curioseen" en él. Y por ello, inconscientemente, claro que me resistía. Por mucha teoría que supiera sobre el desapego de lo material y la necesidad de trascender el ego.

Asturias, verano 2024
No puedo decir que oportunidades no hubieran llegado durante todo este año. Que si desde Quebec, en Canadá. Que si desde Dublín, en Irlanda. Que si desde Bléré, en Francia. Que si desde Wunstorf, en Alemania. Incluso desde Kuala Lumpur, en Malasia, había una familia que nos había propuesto un intercambio de casas para este verano pasado. Algunas eran auténticas mansiones muy alejadas de nuestro "terruño". Se ve que Málaga está de moda y vende mucho, porque si no, no se entiende. Pero en todos los casos, mi respuesta había sido negativa. Y era cierto que las fechas no cuadraban para hacer el intercambio de casas o que tras más de un año, seguíamos con nuestras restricciones nocturnas de agua, lo que incomodaría a nuestros visitantes, sin duda. Pero también lo era que me venían bien esas excusas, todas ciertas, para no salirme de mi zona de confort, y sentirme justificado en mis respuestas huidizas.

Pero cuando el Universo tiene claro por dónde deben ir las cosas, es bueno darse cuenta, y no empecinarse, para encaminar bien el rumbo. Por eso cuando recibí el mensaje de aquellos desconocidos, tras todos los anteriores en que siempre podía poner alguna excusa, me olió a otra maravillosa jugada del Universo: "Hola, estamos buscando un intercambio simultáneo entre finales de julio y las primeras semanas de agosto, ¿Os gustaría venir a Asturias? Somos 6 personas, mi marido y yo, nuestras hijas de 26 y 18 años y sus novios. Saludos". Las fechas cuadraban al milímetro, más aún tras la tardía vuelta de Samuel desde Italia, y los compromisos laborales de Pablo y Estela durante julio. El número de personas era exactamente el mismo. Pero yo tenía que seguir siendo "cabal" en mi zona de confort, y plantearles, ya por teléfono, los dos grandes impedimentos: las restricciones de agua y la previsible ola de calor en nuestra comarca en esas fechas. No les importaron lo más mínimo. Estaban encantados con poder venir. Me parecieron tan auténticos, tan desprendidos y con tanta experiencia tras 20 años intercambiando su casa, que no pude decir que no. Pero hasta que salimos hacia Asturias, reconozco que tuve que trabajarme el asumir que nuestra cama, nuestro frigorífico o nuestro aseo serían usados por unos desconocidos que, durante 15 días, estarían "como Pedro por su casa", pero en la nuestra.

Asturias, verano 2024

Poco a poco, me fui dando cuenta que la vida nos pone por delante justo lo que necesitamos para evolucionar y crecer como almas. Y aquella experiencia iba justo de eso. Constaté que lo de "primero preocuparse por lo espiritual" (el trabajarse por dentro esos apegos, esos miedos y esas limitaciones), y que "lo demás se nos dará por añadidura", no es ninguna tontería. Que lo de los lirios del campo y los pájaros del cielo tampoco es una "chalaura", como decimos aquí. Y que la felicidad depende de nuestro nivel de consciencia, y no de las cosas a las que nos aferremos. Que el fomentar pensamientos y hábitos de desmaterialización no sólo es bueno, sino que ayuda a trascender el ego, que no quiere otra cosa que seguridad (sea física, económica o emocional) y controlarlo todo. Por eso mi ego había estado buscando excusas, todas muy reales, para no salir de mi zona de confort en lo material, y resistirme a ese intercambio de casas para pasar las vacaciones. Exponerme a esa experiencia, me hacía ver que mi sofá, mis libros o mi inodoro no dejan de ser cosas materiales que poco tienen que ver conmigo, con mi felicidad o con mi alma. Y lo cierto es que esa dificultad que me hacía resistirme de inicio es más común de lo que parece. Porque contando la experiencia a familiares y amigos, casi todos eran rotundos: imposible hacer un intercambio así y que unos desconocidos entrasen en su casa y la habitaran durante 2 semanas. Ni siquiera para abaratar las vacaciones. Ni siquiera para sumergirse de lleno en la realidad de otros. ¿Para qué hablar, entonces, de proponérselo como forma de practicar el desapego y domesticar un poco el ego?

Compra con junas
La experiencia ha sido maravillosa. Hemos tenido playa, montaña, descenso en canoa, visitas a preciosos pueblos, y fresquito, mucho fresquito, que era un gran objetivo huyendo del terral malagueño. Por eso tenemos claro que repetiremos con lo de los intercambios. Zona de confort confrontada. Miedo superado. Y ego trascendido, aunque sea en ese apego puntual, y durante unos días concretos. Bien le viene, la verdad. Y seguro que habrá cosas que en futuras experiencias no saldrán tan bien. Pero, ¿qué más da, si en el proceso hemos vivido momentos únicos, y hemos crecido por dentro?
De hecho, justo este pasado fin de semana, en mi revisión anual del ojo, hemos vuelto a apelar al intercambio, y hemos vuelto a maravillarnos de la empatía y servicialidad de quien nos dejó su piso en pleno centro de Barcelona, y de los mundos tan distintos en que vivimos unos y otros. Una vez que contemplas bien tus apegos, ¿cómo no buscar esas experiencias que te interpelen y que incomoden un poco nuestras costumbres y nuestra forma de ver y actuar en el mundo?

Desde que disfrutamos de Peponi, este ejercicio de desapego también está presente. Porque a veces la tierra es tan generosa que te da mucho más de lo que puedes consumir y disfrutar tú o tu familia. Es como si el planeta que habitamos nos estuviera diciendo: "Ábrete, hombre. Que nada de esto es tuyo. Da y se te dará". Y en eso Mey es una artista. Organiza bolsas y cajas de fruta para la familia, para los amigos, para los vecinos. Y te das cuenta de que lo que haces circular, te acaba volviendo. Que si tú das una caja de naranjas, te acaba volviendo una bolsa de almendras o de nueces. Que si das un cubo de chumbos, te acaba volviendo un guiso de cuarrécano. O que si das una cesta de higos, te acaban llegando varios kilos de mangos. Quizás no de las mismas personas. Pero se genera un precioso juego de gratitudes, que favorecen ese intercambio, ese trueque movido por el cariño y la amabilidad. Y justo en esa dinámica, hace unos meses nos introdujeron en una moneda, la G-1 o Juna, que precisamente está pensada para que el afán de acaparar no sean el centro, sino que lo sea el intercambio y la relación con las personas. De este modo, unos amigos nos introdujeron en el sistema y nos entregaron unas junas por algunas naranjas que nos sobraban en el campo, y que ellos sin embargo, necesitaban. Esas junas se cargaron en una APP que nos instalamos en el móvil. Y a la semana siguiente fuimos a un mercado en Marbella, y para nuestra sorpresa, con esas junas pudimos comprar jabones naturales artesanos, un conjunto de chocolatera, plata coloidal, bruma de aceite relajante, y miel y jalea real con espirulina... ¿Seremos capaces de crear herramientas que saquen de nosotros lo mejor a nivel de empatía y desapego, y que fomenten el intercambio y el apoyo mutuo entre los seres humanos?
Kyraxys en Pixabay

Cierto es que una cosa es practicar el desapego en experiencias cordiales, de común acuerdo, y en un enfoque de disfrute mutuo, como el del intercambio de casas de este verano o el del intercambio de fruta o junas; y otro bien distinto, trabajarse el desapego en lo jurídico, con dinero por delante, e incluso en la divergencia y en la ingratitud. De esto último, también estamos viviendo en estos momentos experiencias de aprendizaje que van más allá de la superación de apegos materiales que ya os compartimos tras las mudanzas de Madrid o de Linares, o en situaciones que nos confrontaron con aquel comedor social de Málaga, o con una familia de La Cala del Moral. Lo de ahora es distinto, porque lo material va unido a lo sentimental, a los recuerdos de la infancia y a las expectativas de gratitud. Y eso hace que el apego inconsciente sea más fuerte y al ego le cueste más. Pero seguro que es perfecto que así sea, aunque cueste mucho por momentos. Para aprender a soltar más, y evitar el sufrimiento mental que el apego provoca. El alma está llamada a volar alto. Que los apegos materiales no lastren ese vuelo.

 


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