sábado, 16 de marzo de 2024

La mirada de aquella chica

Puede sonar a la Prehistoria. Y si suena así es porque realmente lo es: mi pre-historia. Pero a pesar de la cantidad de años transcurridos, hay cosas que nunca se olvidan. Un olor, una frase, un paisaje, unos andares, un pastel tomado en el césped de un parque, aquella chica... Lo de aquella chica tiene para mí un día y un lugar muy concretos: 30 de julio de 1987, Portland Street, Exeter. ¿Qué hacía yo en en la capital del condado de Devon, al suroeste de Inglaterra, recién cumplidos los 15 años? Había estado varias semanas practicando inglés con una familia de Cornwall. Y aquella ciudad de Exeter y aquella casa de Portland Street eran el punto de encuentro de muchos de los chavales de aquel programa de idiomas, desperdigados por distintas familias de acogida de la zona, y desde allí se organizaban los autobuses para el aeropuerto de Londres y el posterior vuelo a casa. Aquel 30 de julio me dijeron que venían dos hermanas más. Y a pesar de que, como monitor, pocas ganas tenía yo de que siguiera llegando más gente, cuando el coche que las traía las dejó en la puerta, me pareció que mi deber era acercarme, saludar, y ofrecerme a ayudar con el equipaje. La respuesta de una de las dos chicas me dejó planchado. "¿Qué pasa: que no tengo yo manos para coger la maleta?" No sabía ni dónde meterme. ¿Se podía ser más "borde"? ¡Qué largos se me iban a hacer los días siguientes hasta coger mi avión!, pensé yo...    

Poco podía imaginar que pasados unos días de aquella entrada triunfal, acabaría haciéndome íntimo amigo de aquellas dos hermanas. Y que bastantes meses después, empezaría a "salir" con aquella chavala que me dio el "corte del siglo" tras mi ofrecimiento con su equipaje. Cosas del destino, imagino. Aunque poco esperanzadora se antojaba aquella relación ante semejante "flechazo" inicial. Y menos aún cuando un día, tras varios meses de noviazgo, me reconoció sin tapujos que no se había percatado hasta entonces del color de mis ojos. ¿¿¿Cómo??? Lo del equipaje tenía un pase, ¿pero que ni siquiera se hubiera fijado en mis ojos azules durante todos esos meses? ¡Pero si en esas edades es en lo que te fijas del chico o la chica que te gusta! De sus ojos, de su apariencia física, de sus habilidades deportivas, de sus resultados académicos....¡Pues no! Con aquella chica nada de eso funcionaba. Pero vamos, no es que no funcionara: ¡es que no le prestaba ni la más mínima atención!...Menuda "cura de humildad" para mi autoestima y mi ego. Yo que me había tragado lo las películas de Hollywood, y ese arquetipo del "chico encuentra a chica", se enamora de su mirada y su sonrisa, le pide salir, y ella le dice que "sí", abrumada por sus ojos claros y por sus dotes en el baloncesto... Aquello que estábamos viviendo no había por dónde cogerlo a la luz de ese paradigma "peliculero", la verdad. Y sin embargo parecía funcionar. Aunque debo admitir que, durante años no he entendido muchas cosas de todo aquello, y como buen "cuadriculado mental" y "cateto espiritual" que era, siempre preocupado por el "qué dirán", preferí no hacerme algunas preguntas. Preguntas que casi 40 años después han empezado a tener respuestas para mí ahora, que soy aprendiz de casi todo.

Lo de la sonrisa perpetua y lo de la mirada de aquella chica, poco tenían que ver con patrones estéticos. O mejor dicho, eran una plasmación en forma física de algo subyacente que yo intuía, pero que iba más allá de la belleza superficial. Era como si aquella sonrisa sin fin evidenciase una alegría profunda del ser, una independencia y libertad absolutas frente a lo que pudiera suceder a su alrededor, y una ausencia total de victimismo. Aún recuerdo mi perplejidad cuando ella me decía que estábamos solos en el mundo. Pero no que ella y yo estábamos juntos pero solos frente al mundo. No. Que ella estaba sola en el mundo. Y que yo estaba solo en el mundo. Y yo, pobre "mentecato", pensaba para mis adentros: pero entonces, ¿para que nos hacemos novios? ¿No dicen las canciones, las pelis y los libros que hay que buscar la "media naranja"? Pues no. Hoy sé que el amor no va de buscar a alguien que te complete. No va de necesitar a nadie para ser feliz. No va de poner en el otro tus esperanzas de felicidad. Tú debes ser pleno/a y completo/a por ti mismo/a. Tú debes ser feliz e irradiar luz. Debes quererte con locura. Sí. Tú a ti mismo primero y por delante incluso de tu pareja. Y luego, se trata de compartir con esa pareja esa plenitud. De eso hablaba la sonrisa de aquella chica. ¿Cómo vas a dar amor y alegría si no te quieres a ti mismo, y vas mendigando para que te den amor y cariño por ahí, como por desgracia sucede hoy día con tanta frecuencia? Aquella alegría permanente y a contracorriente de aquella chica hablaba de verdades de la vida que yo no entendía, pero que desarbolaban todo lo aprendido hasta entonces. Su rareza y escasez la hacían única.

LoganArt en Pixabay
Y si lo de su sonrisa era "heavy", lo de la mirada era el "apaga y vámonos". No es que fuese una mirada que transmitiese misterio, sensualidad o ternura en plan "telenovela". No se trataba de lo que causaba a su alrededor aquella mirada al observarla. Lo extraordinario no era la armonía, hermosura o contemplación artística de aquella mirada. No. Todo eso se refiere a lo externo, al envoltorio, a la apariencia. Era precisamente cómo miraba, cómo percibía lo que la rodeaba. Eso era lo revolucionario, lo que la hacía única. Porque por primera vez en mi vida, conocía a alguien que miraba sin prejuicios, sin etiquetas, sin condicionamientos. Pero de forma radical. Y no es fácil ser contemplado por una mirada así, cuando has vivido en el mundo de las etiquetas, de lo que hay que hacer, o de lo que todo el mundo espera. Sólo años después he entendido que una mirada desprejuiciada así lo remueve todo. ¿Cómo iba a tropezar aquella chica en estereotipos como los de "tío bueno", "cachas", "con ojos azules" o "empollón"? ¿Cómo iba a entrar su mirada en el juego del "galán que te ayuda a llevar la maleta, porque tú, pequeña damisela, eres demasiado frágil para ello"? Mirar el mundo así, sin prejuicios de ningún tipo, colocándonos a todos en el mismo nivel, ahora que lo pienso, si fuese generalizado, sería probablemente uno de los requisitos para que este mundo se curase. Porque estamos en plena guerra de etiquetas, de bandos y de narrativas. Y por el contrario, esas son miradas que van a lo esencial, que es lo que nos une, y no van a lo anecdótico, que es lo que nos diferencia: ser de la creencia X o del partido Y; defender a Ucrania o a Rusia, a Israel o a los palestinos; ver bien o ver mal la amnistía del Gobierno; defender las vacunas Covid o denunciar sus efectos secundarios, etc. Pero muy pocos están preparados para una mirada así. Incluso en la época de Jesús de Nazaret, imagino que le pondrían "a parir" cuando su mirada de la realidad le llevase a juntarse con prostitutas, corruptos y recaudadores de impuestos, porque para él era secundario que lo fueran, y simplemente veía en ellos a personas. Y no hay que irse atrás veinte siglos: a Pablo D´Ors, sacerdote católico, le llovieron centenares de críticas el año pasado simplemente por felicitar la Navidad con una tarjeta de Jesús abrazando a Buda. Mirar a los otros sin prejuicios y sin etiquetas es hoy un deporte de riesgo. ¿Qué puede hacer una mirada como esa en un mundo como este? Probablemente crear un mundo diferente para vivir. Hacernos a todos parte de un UNO universal, y derribar los muros y fronteras que nos separan. 

Quizás tenga mitificado aquel primer amor de juventud. Puede ser. Pero aquella chica estaba conmigo no porque yo tuviera los ojos azules, porque fuera deportista, porque sacara buenas notas o porque tuviera esto o pensara lo otro. Estaba conmigo por la esencia que veía dentro de mí y porque había decidido compartir conmigo aquel momento de la vida. Punto. Por eso aquella mirada de aquella chica jamás se me podrá olvidar. Porque escasean las miradas desprejuiciadas, aunque nos dejen "fuera de juego" en los paradigmas de ego e identificación en que siempre andamos enredados. Colocarse ante una mirada así te obliga a ser tú mismo, porque no valen los "posados" ni los "roles", ni tampoco se entra en el juego de las medallas, los celos o el chantaje.

No sé por dónde andará hoy esa chica ni qué será de ella, tras todos estos años. Es broma. Sí lo sé. Duerme junto a mí cada noche. Comparto con ella tres hijos maravillosos. Y sigo siendo el "fan" número 1 de esa chica. Y aquella mirada me sigue interpelando hoy para mirar más al fondo y no quedarme en la carcasa o en la superficie de las cosas o de las personas. A esa mirada le impresionan menos mis logros profesionales o mi cargo de jefe de hacienda que verme desbrozando hierba en el campo con mi viejo mono azul. Y por suerte, esa mirada sabe leer como nadie los renglones a veces torcidos de este mundo. Por eso es un regalo único compartir vida con esa mirada de la Vida. 

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