sábado, 21 de enero de 2023

Cuando lleguen las olas

Aquello era mucho más que un simple paseo por la orilla del Mediterráneo. Probablemente era el regalo más bello que nos hubieran hecho en un Día de Reyes como aquel. Sentíamos que tocábamos algo casi sagrado. Como aquel que se deja hechizar por primera vez con los primeros compases del nocturno Op. 55, No.1 de Chopin, aunque apenas haya salido del "reggaeton". Sabiendo que hay acordes, colores, paisajes o palabras cuya combinación guarda un código secreto, quizás la mismísima firma de Dios. Aunque a veces nos empeñemos en mirar para otro lado, o en atiborrarnos de ruido. No creo que haya nada más fascinante que compartir una comunión así con un hijo o una hija. Porque conectar con ellos en las verdades de la vida, a una edad tan temprana, con un conocimiento que nosotros empezamos a atisbar con el doble de su edad, aviva en nosotros la llama que siempre quisimos encender en ellos. Y nos hace valorar el enorme honor de haber sido sus compañeros de viaje, y de entregarles el testigo para que sigan haciendo camino al andar.
dimitrisvetsikas1969 Pixaba
Jorge Manrique
decía que la vida son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir. Nosotros creemos que la vida es más bien ese mar. Con sus días de mar llana, de marejada, y de mar gruesa. Quienes vivimos en ese mar, sabemos que no hay nada más bello que una luna llena reflejada sobre sus aguas en calma, o los destellos de millones de cristales reflejando el sol del mediodía. Pero la belleza y el misterio del mar, como los de la vida, no radican sólo en esos días de luz y calma, sino en su furia, en su fuerza indómita, en su capacidad para recordarnos lo que somos, y para aprender nuestro lugar en este mundo.
Sin embargo, nos empeñamos en dar la espalda a ese mar bravo y fiero, creyéndonos todopoderosos y con capacidad para controlarlo todo. Pensando que la vida son sólo "días de vino y rosas". Y que, a base de buenas poses en el instagram, o de invenciones de todo tipo, podremos evitar sus días de furia. Y no. No es así. No existen las pócimas mágicas. No existen los ungüentos de la eterna juventud. No existen las inyecciones o las píldoras que nos libren del sufrimiento de las olas que están por venir. Porque eso es seguro. Podremos vivir en las orillas del mar más paradisíaco, en el confín más tranquilo del planeta, que podemos estar seguros que las olas llegarán. Tarde o temprano llegarán. Las del dolor. Las de la pérdida. Las de la enfermedad. Las de la adversidad. Las de la muerte. Y ya dependerá de cada uno de nosotros cómo  encarar ese día. 
Habrá quienes decidan huir, olvidando que estamos en alta mar, en medio de la vida, y que no hay donde escapar. Porque la vida es el mar. La vida es la calma, pero también la adversidad. No hay alternativa. Y si pudieras huir del mar, te perderías la maravilla de disfrutarlo. Habrá quienes decidan vivir sólo el éxtasis de esos días de calma, sin querer pensar en que las olas vendrán con toda certeza. Son aquellas personas que piensan que la vida va de "no sufrir", y viven perennemente en ese sueño, en esa fantasía irreal que les acabará estallando en las manos tarde o temprano. Y habrá quienes opten por prepararse con alegría: buscando una buena tabla de surf; poniéndose en forma, física y mentalmente, para cuando llegue ese día; ensayando los saltos desde el agua para ponerse de pie sobre la tabla; controlando los miedos y entrenando el equilibrio sobre las olas de la vida. No es que estos últimos sean pesimistas. Es que saben lo que es el mar.
Aprendiendo a surfear-Galicia 2022

Probablemente por eso, hoy ya no se trate tanto de cambiar el mundo, de cambiar el mar, sino de despertar. De que cada uno se trabaje por dentro. De hacerse UNO con ese mar. Y de darse cuenta que no hay que sufrir porque vayan a llegar las olas. Sino prepararse, cultivarse y estar en equilibrio para cuando éstas lleguen. Sin que nos domine el miedo, porque éste nos hace presa fácil.
A cada persona le llega su día de olas. A unos antes y a otros después. A unos menos y a otros más. Pero recientemente la Humanidad tuvo un auténtico tsunami llamado "pandemia", acompañado de multitud de olas gigantescas: los confinamientos, los cierres de empresas, la crisis económica, el distanciamiento de los seres queridos, la vacunación y sus consecuencias... Y ante una acumulación así de olas, se puso a prueba la armonía interior y la preparación de miles de millones de personas para surfearlas. Y muchos sucumbieron al miedo y a la presión. Muchos (incluso expertos "surferos") se confiaron y se ahogaron en los dramas personales y familiares. Otros en los desequilibrios mentales. Y otros, incluso, en el suicidio. Los hay que aún siguen exigiendo que les den una ruta con un atajo para evitar las olas, en vez de remangarse y aprender a surfearlas. Y una minoría, sin embargo, sigue disfrutando del enorme regalo que es la vida, que es ese mar. Y cuando las olas azotan, y el vendaval se cierne sobre ellos, buscan surfear hacia el ojo del huracán, donde habita la calma mientras todo da vueltas alrededor.
Nos tememos que es tiempo de mucho oleaje. También de mucho pirata que querrá venderte un chaleco o una barca anti-olas, aprovechando la histeria colectiva. Y ya dependerá de ti si quieres ponerte manos a la obra y empezar a surfear, o no. Nosotros, este verano en Galicia, tuvimos la primera experiencia con el surf de verdad, de la mano de nuestra amiga Patricia. Y cuando ves a la gente surfeando en la playa o en la "tele", piensas que es "pan comido". Pero no. No es nada fácil. Y exige práctica. Por eso la complicidad con un hijo hablando del mar, de la vida y de las olas, es puro éxtasis. Porque sabes que estás tocando algo trascendental. Y porque no queda otra que ponerse manos a la obra. Con el surf y sobre todo con la vida. Para cuando lleguen las olas.

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