Ya lo tenemos asumido. Probablemente será siempre así a partir de ahora. Es ley de vida. Aunque algunos pensarán que hemos acelerado demasiado esa ley. Esta familia de tres hijos es "culillo de mal asiento". Y cada vez será más complicado que coincidamos los cinco juntos. Y no porque no nos guste o no lo disfrutemos una barbaridad. Sino porque hay mucho mundo por descubrir. Mucha gente a la que conocer. Mucho que aprender. Muchos a los que querer. Y una conciencia muy clara de nuestro papel como padres. Y ese papel no es otro que darles herramientas para que se independicen.
Y cuanto antes sean autónomos, mejor. Por ellos. Y muchas veces, a nuestro pesar.
Hoy Samuel ha vuelto a casa. Y como ya pasó con Pablo hace un año, andábamos ya ansiosos por verle. Más que ansiosos, atacados. Especialmente en los últimos días. Por muy claro que tengas que es algo bueno para él. Que vale la pena. Que le ayuda a forjarse como adulto. Todo eso es así, y es cierto. Pero ese "pellizquillo" de padre o madre por su ausencia no te lo quita nadie. Acordándonos de él a cada momento. Echándole de menos en las celebraciones, en las películas en familia, en las escapadas familiares...A cada instante.
Como en las mejores historias, su regreso nos tuvo en vilo hasta el último minuto. Su vuelo de ayer de Baltimore a Nueva York empezó a retrasarse. Al principio 15 minutos. Luego 30. Y cuando ya iba por 3 horas de retraso, empezaron a saltar todas las alarmas. El colchón de 5 horas para coger el segundo vuelo de Nueva York a Málaga se esfumaba. Nos fuimos al huerto para tranquilizar los nervios. Y allí acabaron de estallar. Un problema con la turbina del reactor había provocado que desalojaran el avión y que tuvieran que realojar a los pasajeros en otro. Pero al ser menor de edad, ese realojo, incomprensiblemente, debía ser con la aprobación de los adultos que le acompañaron al aeropuerto. Y su familia americana ya se había ido y estaba a cientos de kilómetros, camino de casa. Sin esa posibilidad no podían dejarle subir. Y sin subir, perdería lógicamente el segundo vuelo a Málaga. Gabinete de crisis. Llamadas y más llamadas. Nervios. Carreras. Corazón en un puño. Finalmente se apiadaron de él, e hicieron una excepción. Subió a aquel avión. Y paradojas de la vida, esta mañana llegaba casi una hora antes de lo previsto. Suerte que los nervios por su llegada nos desvelaron antes de que sonara el despertador, y llegamos justitos para recibirlo como se merece. A las seis de la mañana, en un aeropuerto desértico. Sí, con pancarta de bienvenida incluida.
Hoy es un día de fiesta en casa. Da igual que sea lunes y laboral. Los momentos importantes hacen que el mundo se pare. Y hoy hemos parado el nuestro. A "tomar morcillas" compromisos, agenda, trabajos y obligaciones. Hoy volvía nuestro "niño", y se merecía todos los honores. Como no podía ser menos.
También él viene cambiado. De eso se trataba. Ha afrontado él solo nuevos retos, nuevas relaciones, y nuevos horizontes. También más de una situación complicada. Y eso curte. Mucho más que asentar un idioma. Es abrirse al otro. Al distinto. Y adaptarse a lo que venga. Sea lo que sea. Sus primeras palabras confirman que ha madurado en muchos aspectos. Que ha entendido muchas cosas. Y que ya ha empezado esa transición a la edad adulta que, a veces, sólo se produce cuando te das de bruces con la realidad tú solito.
Está más alto, más guapo y más "cachas". Sí. Nuestra pasión de padres nos ciega un poco. No lo negamos. Pero lo cierto es que lo está. Y por fin lo tenemos aquí para "achucharle" y para tirarle de la lengua sobre todo lo que en la distancia era imposible sacarle. Quizás por no asustarnos. Puede que por su forma de ser. O a lo mejor porque hay esferas ya suyas que hay que respetar.
Toca vivir con intensidad los próximos dos meses. Sin obsesionarse. Pero sabiendo que es un regalo que estemos los cinco juntos de nuevo. Y que muy probablemente estos momentos cada vez serán menos frecuentes. Porque así debe ser.
A finales de agosto nos iremos los cinco a Italia. A acompañar a Pablo en el inicio de su nueva vida. De nuevo cargados de orgullo, de alegría por él, y de ese "pellizquillo" imposible de quitar. Va en el sueldo de padres. ¡Qué le vamos a hacer! Pero ya hemos entendido que ser familia y sentirse familia no tiene nada que ver con las distancias. Que se hace "piña" a miles de kilómetros. Y que la lejanía, si hay amor del bueno, no sólo curte sino que agranda el corazón.
Ahora Samuel duerme. Toca superar el "jet lag". Sus hermanos ya están en clase. Y en breve retomaremos nuestro frenético "día a día". Pero estamos los cinco juntos. Y eso ya se nota.
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