Cada vez me alegro más de ver menos televisión. Nos alimentamos no sólo por la boca, sino por los ojos y los oídos. Y por eso, a veces, vale más la pena rememorar las bellas películas de nuestra vida, que aguantar las malas de la "tele". Y para qué hablar de las noticias. Y en esas estábamos mi mujer y yo hace unos días, cuando nos acordamos de una preciosa historia de unos grandes amigos durante nuestra etapa en Linares, hace ya ocho años..
Son gente buena y llana, de esas con las que da gusto "tropezarse" por la vida. Tenían ya un hijo, íntimo de los míos desde la más tierna infancia. Y no mucho después de conocernos nos dieron la grata noticia de que llegaba su segundo retoño. Alegrías, ilusión y nervios, como suele ser habitual en estos casos. Todo iba según el guión previsto para cualquier embarazo, hasta que cerca ya del cuarto mes, en la prueba de la amniocentesis, surgió un dilema de esos al que nadie querría enfrentarse: a raíz del análisis de la información extraída del feto, los médicos detectaron un exceso de material genético en el cromosoma 11. Esa anomalía genética, de haberse detectado en el cromosoma 21, hubiera sido indicio inmediato de Síndrome de Down. Pero no había suficiente literatura médica ni estudios científicos que pudiesen contrastar las consecuencias de una situación así en el cromosoma 11.
Tras el hallazgo se sucedieron unas semanas que no se las desearía a nadie. Idas y venidas a médicos y expertos de todo pelaje. Incluso remitieron las pruebas a un prestigioso laboratorio de genética de Barcelona para conocer su opinión. La respuesta en todos los casos era una enorme interrogante. Nadie se quería "mojar", pero todos confirmaban la veracidad de la anomalía genética. Y mientras tanto el tiempo pasaba y el feto se hacía cada vez más grande.
Difícil imaginarse el desconcierto de nuestros amigos en una situación ante la cual, los expertos ratificaban la anomalía, reconocían su desconocimiento sobre las implicaciones, y de forma inmediata aconsejaban optar por la interrupción del embarazo "por si acaso". Recuerdo perfectamente cómo, probablemente ante la decisión más importante de sus vidas, lo único que tenían para decidir era una cinta de cassette en la que habían grabado la conversación con el experto genetista de Barcelona. Éste reconocía su desconocimiento y el de toda la Ciencia del momento ante un caso así. Pero por asimilación a otras posibles anomalías congénitas aconsejaba abortar por muy superados que estuviesen ya los plazos. Se comprometía a redactar todos los informes pertinentes para que no hubiera consecuencias de la interrupción de la gestación. Difícil "papeleta" la nuestra como amigos consejeros. Y mucho más difícil la de los padres. Más aún cuando algunas personas del entorno con conocimientos en la materia les insistían en la conveniencia de no continuar.
Nuestros amigos aceptaron su suerte. Se aferraron con fuerza a lo que les dictaba el corazón, por encima de especulaciones científicas y médicas. Y con un susto en el cuerpo que duró meses, "tiraron para adelante". Hoy el resultado de esa decisión es un precioso niño rubio, simpático y más "listo" que el "hambre". Nunca les he oído opinar sobre lo que deberían hacer otros. Yo tampoco lo haré. Sólo constato esta bella historia que compartimos con ellos. Victorias de la vida, sin duda. Victorias del corazón.
2 comentarios:
Una historia preciosa y un final estupendo y perfecto!!!
Yo nunca le digo a nadie lo que debe hacer. Aunque a mi me dicen mucho lo que tengo o no tengo qué hacer.
Saludos
Más que un final feliz... es una historia de vida que reflejan que no hay nada más que mueva la fe y el amor abrazados en Dios y cuando se trata de los hijos aun más todavía nos dan fuerzas para seguir por sus vidas y definitivamente #SiALaVida
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