"Las personas grandes nunca comprenden nada por sí solas, y es agotador para los niños tener que darles siempre y siempre explicaciones". Esta es una de las primeras frases de El Principito. Una verdad como un templo. Porque ciertamente a los adultos tienen que explicárnoslo todo. Vemos un simple sombrero donde realmente hay toda una serpiente boa digiriendo un elefante. ¿Cómo hemos podido perder esa capacidad de ver más allá? ¿Dónde quedó la magia de nuestra mirada? ¿Qué le sucedió a nuestro don para maravillarnos ante lo más pequeño e insignificante? ¿Cómo caímos en esta desgana y este abatimiento? ¿Qué le pasó a ese innato súper-poder que todos los niños traen para el disfrute?
"El Principito" |
La simpleza de “vivir” se pierde en las complejidades de la vida moderna. Incluso en los entresijos de "palabrejas" que nos etiquetan, porque dando un nombre a todo pensamos que habrá remedio. Como esa de la "querofobia", que muchos dicen tener cuando temen ser felices, pensando que después de un momento de disfrute pasará algo trágico, porque dicen que la felicidad es efímera y hay que protegerse frente a lo malo que pueda venir después. Y mientras tanto, la vida pasando delante de nuestra "narices". Y el disfrute también. Algo impensable para un niño, para el que el disfrute es lo primero.
¿Quién se detiene hoy día para sentirse interpelado por un cuento o una fábula, como cuando de pequeños nos tirábamos horas saboreándolos en nuestra imaginación tras escucharlos. Esta semana me encontré un cuento zen que va "al pelo" de todo esto: "Un hombre que cruzaba un campo se encontró con un tigre. Huyó y el tigre corrió tras él. Al llegar a un precipicio cayó en él pero pudo agarrarse con las dos manos a una raíz y quedó colgando del borde. El tigre le olisqueaba desde arriba gruñendo. El hombre, tembloroso, bajó la vista y vio que muy abajo, al fondo del precipicio, otro tigre aguardaba para devorarle. Sólo la raíz lo sostenía. En ese momento dos ratones, uno blanco y otro negro, se pusieron a roer poco a poco la raíz. Al mismo tiempo el hombre vio una suculenta fresa silvestre cerca de él. Aferrándose a la raíz con una sola mano, arrancó la fresa con la otra y se la metió en la boca. ¡Qué sabor tan dulce tenía!". Pues eso.
Imagen de "El Principito" |
"Sólo le pido a Dios
Que el disfrute no me sea indiferente
Que en el devenir de días y de horas,
la alegría sea mi guía permanente"
El disfrute implica que nos metemos de lleno en la realidad. Que somos capaces de ver más allá de la tela de ese aparente sombrero, de meternos en él, y deleitarnos con esa prodigiosa boa y su enorme presa. Que comulgamos con esa realidad. Que en cierto modo, nos hacemos uno o una con la Vida. Sea lo que sea. Así de simple:
Es partirse de risa ante cualquier "bobada".
Es el tacto suave del ser querido cuando te abraza en la puerta de casa.
Es un edredón compartido y el calor que nace de las pieles contiguas.
Es la complicidad juguetona del perro del vecino cuando te acompaña en una caminata mostrando su gratitud porque le has dado de comer.
Es compartir una película en familia, amontonados en el sofá, sabiendo que dará para horas de conversación. O un "conti" en la playa en un atardecer en El Morche.
Es el ruido ensordecedor de cada comida cuando estamos todos en casa. O los silencios eternos cuando vamos cogidos de la mano.
Es cuando todos cantamos haciendo el "tonto" en un viaje en coche.
Es una conversación profunda en una sobremesa o tras un desayuno.
Es divisar África desde la casita de campo en un día despejado.
Es observar a Mey mientras le habla a sus plantas.
Es contemplar el paso del tiempo, y sentir que estás más cerca de lo que te trajo a este mundo y de ser tú mismo.
Fue el abrazo de ayer a Pablo en el aeropuerto tras meses de estudio, igual que a Samuel el próximo lunes .
Y serán los audios, las fotos y las videoconferencias cuando vuelvan a irse y sigamos conectados sin que haya distancias.
Sí. Así es. Cosas de niños.
Antoine de Saint-Exupéry decía también en "El Principito" que "lo esencial es invisible a los ojos". Pero como pasa con el sombrero y la boa, en realidad lo que sucede es que lo esencial es visible, muy visible, pero no lo vemos. Porque somos incapaces de meternos de lleno en la realidad. Lo esencial no es lo que esté detrás de nuestros ojos: es lo que está delante. El problema no lo tiene la realidad, lo tenemos nosotros y cómo tenemos entrenada nuestra mirada. Y parece invisible, pero está ahí, al alcance de la mano, en lo más sencillo.
Porque disfrutar no es dejar de ser responsable. Disfrutar no es ser poco realista. Disfrutar no es estar en las nubes. Disfrutar es lo que te recuerda la suerte de estar vivo o viva...mientras lo estés. Sé que a los adultos esto nos cuesta entenderlo, y que es casi un misterio para nosotros. Pero ya sabéis lo que se dice también en El Principito: "Cuando el misterio es demasiado impresionante no es posible desobedecer".
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Tal verdadero, tan simple y tan liberador a la vez. Mi afán siempre de disfrutar de todo, me lleva a miradas extrañas de personas ajenas a la realidad que les envueve. Y ¿Quién no ha sentido desidia alguna vez, y ha roto con su visión inocente del mundo? Hay que disfrutar amando y amar disfrutando. Un abrazo Meys!!!
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