Todos parecen querer pasar página de tanto sinsentido. Hacer como si todo hubiera sido un mal sueño: los toques de queda, los confinamientos, las cuarentenas, los cierres y quiebras de empresas, las medidas restrictivas, las mascarillas, la persecución al no-vacunado, los trastornos mentales y los suicidios, los efectos adversos...¿Quién no va a querer dejar atrás todo eso? Pero recordemos lo que decía Quevedo: "donde hay poca justicia, es un peligro tener razón". Y no hay peor peligro para la justicia que el olvido. El pasar página. El mirar para otro lado. Como si nada hubiera sucedido. Como si la injusticia, el atropello, la manipulación y todas sus secuelas, fueran fruto de nuestra imaginación. Por eso no debemos permitirlo. No tenemos más remedio que convertirnos en herejes de la actualidad. Pero no por afán de desquite, ni por tener más o menos razón. Sino porque de lo contrario, como pasa con el desconocimiento de la Historia, estaremos condenados a repetir los errores del pasado. Especialmente cuando tras estos dos años y medio (como nos recordaba nuestro hijo hace unas semanas) el miedo ha azuzado la radicalización de nuestro mundo hasta unos niveles impensables.
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Hace unas semanas recibí una llamada que no ha dejado de martillearme por dentro desde entonces. Era de un familiar muy cercano. Y en ella me contaba que su mujer arrastraba unos gravísimos problemas de salud desde el pasado verano. Su particular infierno se había iniciado con unos trombos en las piernas, que acabaron desplazándose a los pulmones, y que la obligaron a ser hospitalizada durante semanas. Y el panorama se agravó con un cáncer de matriz, por el que le han administrado en dos meses las dosis de quimio y radio que se administran normalmente en dos años. Los médicos reconocieron, sin tapujos, que ambos efectos eran consecuencia directa de la primera dosis de la vacuna contra la Covid-19. Y que, evidentemente, desaconsejaban que se pusiera la segunda o la tercera dosis. Se me pusieron los vellos "como escarpias". Tengo bastantes amigos y conocidos que han sufrido efectos adversos importantes por las vacunas. Ninguno aparecerá en las estadísticas oficiales. Sobre todos esos efectos, como en este caso, habíamos leído ya en casa numerosos estudios científicos que advertían sobre ellos desde hacía meses. Pero ver pender de un hilo la vida de un familiar tan cercano, por el dichoso "pinchazo", me revolvió las entrañas. Todos saben ya que la vacuna no impide ni el contagio ni los efectos de la Covid, con lo que su eficacia y necesidad es ya demostradamente escasa. Y con casos como este, la tan "cacareada" seguridad de las vacunas se ve que es una auténtica quimera, como la propia Pfizer ha tenido que reconocer recientemente.
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No hice ni una valoración durante esa llamada. Respeto absoluto y solidaridad. Y me puse a su disposición para cualquier cosa que pudieran necesitar, que no eran pocas. Pero pasadas las semanas, seguimos tratando de entender cómo hemos superado tantas líneas rojas sin inmutarnos. Porque hasta ahora, si un familiar enfermaba o moría de cáncer u otra enfermedad grave, el proceso de rebeldía, de duelo y el sentimiento de injusticia contra lo que hubiera provocado esa desgracia, te llevaban a movilizarte contra la enfermedad, contra el sistema sanitario, o contra Dios. Y recaudabas fondos para la investigación contra esa desgraciada afección, de modo que otros no tuvieran que pasar por ese mismo trance. Era tu forma de luchar contra la desgracia y darle sentido. Pero tras las muertes y efectos adversos gravísimos por las vacunas Covid, nada de eso está sucediendo. Apatía total. Aquiescencia total. Aceptación total. Rendición total. Y no sólo en quienes sufren esas consecuencias, sino en quienes escuchan o ven esas desgracias, según hemos podido comprobar. ¿Por qué? No paramos de hacernos esa pregunta. ¿Por qué?
El Doctor McCullough también trata de entender esta aparente histeria colectiva, en la que tantas y tantas personas se muestren emocionalmente inertes ante unas consecuencias tan graves para sus vidas y las de sus familiares. Él cree que muchos pueden sentir culpa o remordimiento por haber dado el paso, a pesar de tener dudas o de conocer las posibles consecuencias, en un claro desequilibrio entre lo que uno piensa, lo que dice y lo que hace. Otras, en su opinión, pudieron actuar bajo el mantra de "lo hago por solidaridad, por la seguridad pública o por la sociedad", y cuando se dan cuenta de la falacia, quizás es ya demasiado tarde y no es fácil dar un giro desde esa posición.Pero nosotros nos tememos que el motivo de esa ausencia de indignación es mucho más grave y profundo. Y tiene que ver con el proceso que millones de personas en todo el mundo han vivido en su interior a raíz de las distintas oleadas de "globos-sonda", de coacciones institucionalizadas, de falsedades públicas, y de medidas de todo pelaje que se anunciaban para que, según los intereses de cada uno, se pusiera el brazo ante la aguja. Que si no, no vas a poder viajar. Que si no, no vas a poder entrar en los restaurantes o en las discotecas. Que si no, no vas a poder reunirte con tus seres queridos. Que si no, no vas a poder cobrar tu pensión o tu nómina. Que si enfermas no te va a atender la Seguridad Social...Amenaza tras amenaza, coacción tras coacción, fuera mediática, institucional o de familiares y amigos, casi el 92% de la población "diana" han acabado poniendo el brazo aquí en España. Que se dice pronto. Pero no por obligación. No porque una ley les obligara a ello. Sino por propia voluntad. Los tratados internacionales y la normativa al respecto son tan claros, que ha sido imposible imponerlo por ley, a pesar de lo mucho que lo han intentado algunos. Y ahí está el núcleo del problema. Aunque hayan estado absolutamente condicionados y coaccionados por esas amenazas, esas mentiras y esos "globos-sonda", al final han dado el paso del consentimiento de manera libre y voluntaria. Tan libre y voluntariamente, que la Justicia archiva todas las denuncias al respecto y hay un 8% que hemos dicho NO, hemos puesto todo nuestro empeño en no someternos injustamente, y en algunos casos estamos acarreando las represalias institucionales por nuestra rebeldía y desobediencia. Y ni las ideologías ni el progresismo han sabido estar a la altura en la defensa de tanta injusticia: así que no nos esperen en las próximas elecciones. Y bien sabemos de lo que hablamos: probablemente nuestro hijo Pablo no podrá regresar a casa este año, por las absurdas restricciones aún vigentes en muchos lugares, en los que, a pesar de todo lo que ha llovido y todo lo que ya se sabe a nivel científico, se sigue exigiendo el pasaporte Covid para el que se atreve aún a desobedecer el mandato vacunal. ¿Cómo van a retirar una medida de control poblacional como ésta, que puede serles tan "útil" a futuro para ciertos intereses, cuando apenas ha existido oposición a ella, y les ha resultado tan sencillo imponerla? Sea o no sea ya a estas alturas por motivos sanitarios. Eso ya es lo de menos para ellos. Ya buscarán darle continuidad, y sortear las reticencias crecientes de muchos a vacunarse por tercera o cuarta vez, y con ello, que caduque el pasaporte "de marras".
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Uno puede pensar: vale, aunque engañados, amedrentados o coaccionados, todas estas personas se han puesto la vacuna de manera voluntaria. Pero ¿de verdad es tan importante que haya sido así, voluntariamente? Por supuesto. Es la clave de todo esto. Es la piedra angular de todo este tinglado. Si esto u otra cosa similar se impone por obligación legal, nuestra alma no sufrirá tanto. Y la reacción que percibí tras esa llamada telefónica de hace unas semanas, no hace más que constatarlo. Dar ese paso de modo voluntario, te introduce en la sumisión, en la asunción de consecuencias, y en la complicidad con todo el proceso. Es como si con ese paso, se te dijera: "Tú, a fin de cuentas, así lo has querido. Te podías haber resistido como unos pocos han hecho. No te quejes. Si no lo has hecho, tus razones tendrías. Atente a las consecuencias. ¿Cómo vas a indignarte si has cedido tu voluntad?". Así de psicológicamente demoledor está siendo para muchos. Y con independencia de que haya una mano moviendo o no los hilos de todo esto, esa cesión de voluntad supone que nuestra alma se ha visto sometida y doblegada, y con ello, ya no es preciso ahondar más en las intencionalidades o en los patrones o estrategias respecto a lo que está sucediendo. Con eso ya basta. Tanto para los que sufren las consecuencias, como para muchos de los que escuchan sus casos o testimonios, y no muestran ni un ápice de enojo. Quizá porque saben que les podría haber pasado también a ellos lo mismo. O quizá porque aún temen que pueda pasarles en un futuro, ante la incertidumbre de lo que la proteína Spike pueda acabar desencadenando en cada cuerpo.
El filósofo francés Jean-Paul Sartre decía que “El hombre está condenado a ser libre”, indicando que la libertad es inherente a la condición humana. Es por ello que somos absolutamente responsables del uso que hagamos de ella. Y de este modo, la existencia del ser humano está atada a la suma de las acciones y decisiones que, a lo largo de su vida, irán determinando su existencia. Por ello somos responsables del sentido de nuestras vidas. Porque somos libres de actuar y definirnos constantemente. Eso es lo inherente a nuestra condición humana. Pero ello nos obliga a elegir permanentemente dentro de esta libertad. Y si en ese proceso de elegir, tú me engañas una vez, será culpa tuya; pero si me engañas dos veces, será culpa mía, porque no habré sabido gestionar esa libertad de elección que es esencial a mi existencia.
Los acontecimientos de estos largos meses, y todo lo que se avecina, tienen mucho que ver con esa decisión de ceder o no nuestra voluntad, de ejercitar bien o mal nuestro libre albedrío. Sea para ponerse la vacuna, para indagar y profundizar frente a las falsedades e incoherencias de las autoridades y los medios de comunicación, o sea para entrar en la confrontación de "buenos y malos", de "cumplidores y negacionistas". Sea para someter a nuestros hijos sin cuestionarnos nada ante tantas evidencias en contra, porque lo hacen todos o porque sacrificándolos protegeremos a los "abuelitos". O sea para encerrar a nuestros mayores solos y en tristísimos aislamientos en lo que se ha demostrado que fueron unas auténtica "ratoneras". ¿Qué le pasa a esta sociedad nuestra que se ha vuelto enferma a base de ceder toda su libertad?
A lo mejor, hoy día, no sea tan prioritario plantearse cambiar el mundo. A lo mejor el gran reto de nuestro tiempo sea simplemente despertar. Y para despertar, quizá sea necesario que se nos revuelvan las entrañas ante tanta injusticia y sinsentido. Se ha "apretado" tanto, y se ha engañado tanto a la gente, que muchísimas personas están iniciando ese proceso, y están saliendo de esa cárcel que supone el sometimiento voluntario de su voluntad.Por favor, no olvidéis algo. Todo esto les ha funcionado. Les ha salido casi de balde. Saldrán "de rositas". Y millones de personas se han tragado las mentiras y están ilusionadas con su falso retorno a su falsa normalidad. La gran pregunta es: ¿repetirán? Sea bajo la "teórica" amenaza de un virus, de un tirano, de un populista, de la inflación, de una guerra, o del calentamiento global, ¿repetirán? ¿Nos dejaremos? ¿Se lo permitiremos? ¿Tropezaremos de nuevo con la misma piedra? ¿Cederemos nuestra voluntad? Atentos...
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De lo MEJOR que habéis publicado. Voy a compartir, es más necesario que nunca que llegue a cuántos más, mejor.
ResponderEliminarGracias
Como siempre, vuestra capacidad de analizar desmenuzando es impresionante!! Y luego vuestra valentía para compartir vuestros pensamientos y sentimientos!! Gracias una vez más por todo lo que dáis!!
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