jueves, 23 de diciembre de 2021

Navidad de verdad

No hay nada más revolucionario que la Navidad. De verdad. Lo que pasa es que nos da tanto miedo. Nos interpela tanto. Que preferimos embadurnarla de superficialidad. De comilonas y borracheras. De peces que beben en un río. De campanas sobre campanas. De cotillón. Y de luces, muuchas luces. Que se ilumine bien lo de fuera, vaya que nos dé por mirar adentro.

Chriswanders / Pixabay
Sin embargo no es ese el mensaje de la Navidad. La Navidad hace una llamada a regresar a lo pequeño, a lo sencillo. Nos invita a replantearlo todo, por muy adultos y creciditos que ya estemos. A revisar de arriba a abajo nuestro papel aquí. A prepararnos para la VIDA con mayúsculas. Y para ello no hay que correr ni estresarse. No hay mucho que hacer. De hecho se trata de no-hacer. O lo que es lo mismo: de NACER. Por eso la Navidad siempre llega con la imagen de un niño en un pesebre oscuro, alejado de multitudes, de ruido, de "likes", de fuegos artificiales y de consumismo absurdo. Nada que ver con el "buenismo" forzado, con los angelitos y sus alas de algodón, o con la solidaridad con fecha de caducidad.

Una verdadera Navidad nos revoluciona por dentro. No genera complacencia sino inconformismo. Huye del rebaño y asienta el ser divino que habita en cada uno de nosotros. Nos prepara para reafirmarnos en nuestro SER, por si toca expulsar a quien haga falta del templo de nuestro cuerpo o de nuestra dignidad. E incluso asienta las bases por si toca ser señalado, acusado, vilipendiado o incluso crucificado. "Moco de pavo", vaya...

one_life / Pixabay
Menos mal que hay una Navidad por año. Por si se nos olvida el asunto. Para repasar. Pero hay mucha gente que hace del año una auténtica Navidad. Gente que ante cualquier necesidad del prójimo, dice "aquí estoy" o "para eso estamos". Gente que vive con alegría y dignidad su vida en territorios hostiles. Gente que renuncia a su verdad o a cantar victoria, con tal de sellar con un abrazo el acuerdo. Gente a la que le duele el prójimo hasta lo más hondo de las entrañas. Gente que construye con silencios o con palabras, pero siempre hacia arriba, siempre hacia delante. Gente que no deja de buscar y edificar la mejor versión de sí mismo/a. Gente que siempre está dispuesta a hacer algo, pero no cualquier cosa. Gente para la que siempre es el momento para construir esa Navidad.

2020 fue duro. 2021 también. Quién sabe cómo serán los próximos años. De ti depende hacer de ellos una Navidad permanente. Porque entonces todo tendrá sentido.


Que tu vida sea un renacer permanente,

un precioso camino hacia las más altas cimas de ti mismo/a.

FELIZ NAVIDAD


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lunes, 20 de diciembre de 2021

Es el momento

Son las terceras luces largas de esta semana. Algunos desearían que en vez de luces, fueran rayos láser, y hacerme desaparecer. A mí y a los miles de coches que cada mañana nos interponemos en sus trayectos a sus trabajos. Se ve que somos ya el colmo para algunos. La frustración y el hartazgo flotan en el ambiente desde bien tempranito cada mañana.

De los insultos y los exabruptos, perdí ya la cuenta. Igual que de las mentiras o las medias verdades interesadas. Por eso nos hemos quitado ya de ver las noticias. Sólo vemos los titulares. Lo justo para saber cuándo nos toca la siguiente restricción, la próxima prohibición, y cuándo se cernirá sobre nosotros la próxima variante apocalíptica del virus.

Geralt en Pixabay
Ayer tocó comida navideña en la calle. El sábado también. Maratón raro en nosotros. Casualidad. O quizás el subconsciente busque que nos quedemos con las sensaciones de lo que no podremos disfrutar ya a partir de hoy. Quizás me toque desayunar en mi despacho algún día. Aunque hace tiempo que valoramos más una escapada en "furgo", o un paseo por la inmensidad, que encerrarnos en cualquier restaurante "glamouroso", la verdad. Pero a los jóvenes no les da igual. A nuestros hijos tampoco. Por eso les hacen esto. Para que obedezcan y se pinchen. A fin de cuentas, el fin justifica los medios, y ya está demostrado que en esas franjas de edad esos anuncios de restricciones en el ocio y la restauración cuadriplican los pinchazos.

Si no delegásemos nuestro criterio en otros, en la tele o las redes sociales, o leyéramos e indagáramos un poco, quizás se lo pondríamos más difícil. Porque ya se sabe todo. Se sabe que las zonas con mayor porcentaje de población totalmente vacunada tienen más casos de COVID-19 por cada millón de habitante. También se sabe que los vacunados que enferman de COVID parecen ser ligeramente más contagiosos que los no vacunados, con una carga viral similar. Que la aparición de nuevas variantes va íntimamente ligada al propio proceso de vacunación, por pura presión selectiva. Y que probablemente muchas de las cifras de hospitalizaciones y muertes que se dan hoy, no son por "Covid viral" sino por "Covid vacunal". Pero, ¡qué mas da! ¿Quién ha dicho que una vacunación universal o un pasaporte sanitario sea un tema de salud o de Ciencia?

De lo que se trata es de "hacerle la vida imposible" al que no se doblegue, como ya ha dicho algún "lumbreras". De torcer la voluntad al renuente, a pesar del criterio del Consejo de Europa (ver Resolución 2361/2021). De que aquellos que no se vacunan "porque no les da la gana", paguen por su osadía. Aunque, ahora que lo pienso, ¿no se supone que si la ley y los tratados disponen con rotundidad que vacunarse es voluntario, efectivamente puedo hacer al respecto "lo que me dé la gana", sin tener que dar explicaciones a nadie? Si nuestros derechos y libertades existen sólo por el capricho de la autoridad de turno, del pequeño "rey de taifas" que toque, y están condicionados a su arbitraria decisión de otorgarlos o no, entonces no son en absoluto derechos y libertades, sino sólo privilegios que penden del hilo de su capricho. Por su naturaleza, la libertad no es algo que uno deba implorar. Pero a pesar de ello, ahí tenemos estas tácticas "mafiosas" de extorsión, de presión, y de exclusión, para que la vida cotidiana se convierta en puro territorio hostil, y que por puro hartazgo, se acabe cediendo. Lo peor es que les funciona. Y muy bien. Y sólo parece haber tres salidas en estos tiempos para el que ose levantar la voz: la censura, la parodia o el silencio.

Desde hace años, en conversaciones sobre la II Guerra Mundial y el régimen nazi, solía ser habitual acabar concluyendo: "yo no sé cómo el pueblo alemán no se daba cuenta de que estaba pasando todo eso; o estaban ciegos o eran cómplices". Algunas de las personas que hacían esas reflexiones, haciendo gala de su "progresismo", ejercen hoy, sin pudor, de auténticos "torquemadas" contra los no-vacunados, y justifican las tropelías que cada vez con mayor sofisticación, se están impulsando desde los poderes públicos. ¡Qué pronto se olvida la Historia! ¡Qué rápido repetimos sus errores!

Y por si fuera poco, al panorama se suma ahora la "vacunación infantil". También da igual que con cifras del propio Ministerio, desde el pasado 22/6/20 al 9/6/21, los menores de 19 años fallecidos en España como consecuencia del SARS-CoV-2 asciendan a 22 y los ingresados en las UCI hayan sido 229, lo que supone una ridícula tasa de mortalidad por COVID-19 en España para esa franja y en ese año de 0,00023861% y de hospitalización en UCI de 0,002484%. ¿Esas cifras justifican someterlos a la incertidumbre de lo que pueda pasar en el medio o largo plazo, como ya sucedió con la talidomida (ver Real Decreto 1006/2010 y Sentencia 426/2014 del TSJ de Madrid)? ¿De verdad eso justifica someterlos a la "ruleta rusa" de los efectos adversos graves, ya constatadísimos a corto plazo, como la miocarditis y la pericarditis, ampliamente reportados por la Ciencia? ¿O somos tan ruines como sociedad que cargamos a los niños con el deber de proteger a los adultos, en lugar de que sean los padres los que deban proteger a sus hijos? ¿No será mejor adoptar un mínimo principio de prudencia, en lugar de embarcarnos en la loca carrera para que vacunen a nuestros pequeños, bajo el único motivo de que todos lo hacen, o de que lo dice la "caja tonta"?

Mitrey en Pixabay
Siempre creímos que era un principio universal aquel de "No quieras para el prójimo lo que no quieres para ti o para tu familia". Sin embargo, con un descaro bochornoso, algunos defensores a ultranza de esta "vacunación infantil", afirman sin sonrojarse siquiera que "las vacunas son seguras para los niños, pero yo no vacuno al mío porque es que soy muy garantista". Sobran los comentarios.

De verdad, no entendemos qué nos pasa como sociedad. La COVID no ha sido el fin de la democracia o el fin del sentido común. Simplemente ha revelado que ya no estábamos en democracia, y que nuestro sentido común lo modela a su antojo Instagram, Facebook, Twitter o el Telediario, haciéndonos repetir como papagayos consignas y mantras que ni hemos entendido ni hemos fundamentado. "Debes vacunarte para proteger a los demás". "Debes vacunarte para ser solidario". Eso le espetaban a mi hija de 16 años sus compañeros de instituto esta semana, por ser la única en no vacunarse. Esta pandemia ha mostrado dónde está realmente el poder y con qué facilidad se nos puede quitar la fachada de libertad. Ha mostrado que el sentido común es poco común, o directamente no existe. Ha demostrado que éramos "libres" sólo a gusto de algunos. Y con nuestra pronta aquiescencia (o directamente con nuestra complicidad), nos ha mostrado algo sobre nosotros mismos. Que no éramos libres. Y que era demasiado fácil someternos.

Si has llegado hasta aquí leyendo, y no nos has tachado ya de "negacionistas", "insolidarios" o directamente "gilipollas", es que quizás hay algo de todo esto que te chirríe. Da igual que te hayas vacunado o no. Que te sigas aplicando el gel hidroalcohólico, o que vayas con la mascarilla puesta cuando vas solo o sola en el coche. Todo eso da igual. Pero quizás te haces las mismas preguntas que otros muchos millones de personas en todo el mundo. Puede que empieces a vislumbrar ya el punto de ruptura. Puede que estés sintiendo con fuerza que tu lucha individual y tus decisiones personales son importantes. Puede que sientas en tu interior una llamada apremiante o una indignación difícil de controlar. Ayer le decíamos a nuestros hijos que esa sensación que ya tienen ahora, no es mala, si se encauza. Y puede salvarte de la sumisión más absoluta. Algo como: "Ya está bien", "ya hemos tenido suficiente". Quizás sientas que por fin es momento de hacerse preguntas, de pedir explicaciones. O quizás percibas que toca ya dar un puñetazo en la mesa, y decir un "NO" como una catedral. Y si has llegado hasta ahí, te habrás dado cuenta de que ha pasado algo. De repente el mundo parece diferente. Algo crece en tu interior. Y eso te pasa porque efectivamente ES diferente. Es como si dieras un salto en la oscuridad, con la certeza de que "es el momento".

Con humildad, te invitamos a que des ese paso. No porque detrás de todo esto haya un gran líder, un gran héroe o un gran movimiento que logre enfervorizar a las masas. Sino porque con el despertar masivo de millones de personas que, individualmente, sienten que ya basta y no están dispuestas a someterse, se está construyendo un cambio de época. Es el momento de que nos sumemos muchos a ese tren.


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sábado, 4 de diciembre de 2021

Hay que hacer algo...¿pero así?

Pensábamos que ese sería el principio del fin. 28 de octubre de 2021. Creímos que a partir de ese día, todo empezaría a relajarse y normalizarse. Pero no. Y ya pasado un mes, casi hemos perdido toda esperanza. Ese día, Singanayagam y colaboradores publicaban un estudio en la prestigiosa revista "The Lancet", la que ha sido durante mucho tiempo la biblia de los estudios científicos. Y el estudio era amplio, profundo y no ofrecía dudas. Desde septiembre de 2020 y durante todo un año, se tomaron muestras nasofaríngeas de 602 personas no infectadas en una comunidad en contacto con personas infectadas (vacunadas y no vacunadas), recogiéndose a diario 8.145 muestras de personas desde los 5 años de edad. Y las conclusiones fueron apabullantes: la vacunación no es suficiente para prevenir la transmisión del virus en hogares donde hay exposiciones prolongadas. En definitiva, que la vacunación ni detiene la infección ni detiene la transmisión, según ese estudio, que iba en la línea de otros estudios anteriores también sobre la inmunidad natural, ampliamente analizados para quien quiera arrimar el oído (1)(2)(3).

Esa información ya la intuía cualquiera a poco que se parara a pensar. Si no, ¿qué sentido tenía mantener la mascarilla en los vacunados? Pero con ese y otros estudios se derrumbaba toda la lógica que, como "papagayos", han repetido los medios de comunicación desde hace un año, aunque estamos convencidos que muchos se apuntarán ahora al "nuncadijismo". "Nunca dije". "Nunca dije"... Aquello de que estamos inmunizados si nos vacunamos. Aquello de que con la vacuna acabaremos con esto. Aquello de que basta con llegar al 70% para lograr la inmunidad de rebaño. Aquello de los porcentajes del 95% de  una inmunidad que no menguaba. O aquello de que no habría que ponerse más dosis. Tantas y tantas cosas dichas sin coherencia todos estos meses.

Pero lo cierto es que la Ciencia, con estos estudios, desmonta por completo las medidas "estrella" de las últimas semanas, repetidas hasta en la sopa: obligatoriedad de la vacunación y pasaporte sanitario. El veredicto es claro y no ofrece dudas, como ya todos reconocen. Y con él, el pasaporte COVID no deja de ser una medida política coercitiva, no sanitaria, sin efectos beneficiosos sobre la salud de las personas, convirtiéndose en un certificado de obediencia, y en una especie de licencia para que las personas vacunadas puedan contagiar si enferman.

Estuvimos esperando unos días a que los medios de comunicación se hicieran eco de ese y otros estudios similares. Clamoroso silencio. Incomprensible silencio. ¿Silencio cómplice? Por el contrario, se repiten los titulares y los llamamientos para acorralar a los no-vacunados, para estigmatizarlos, para arrinconarlos. Un día en un periódico regional. Otro en un programa de tele-basura pero con 3 millones de espectadores. Otro en declaraciones de Presidentes de regiones, Ministros, exministros y exvicepresidentes del PP, del PSOE, de Podemos... Da igual. Todos se apuntan al cacareo desinformado (¿o interesado?). Yo prefiero pensar bien. Y como buen Leo, me embarco en otra de mis causas imposibles. Pienso que quizás no les haya llegado la noticia. Y les interpelo uno a uno: "Estimada Sr/a. X: como ex ministro del Gobierno, etc, etc, rogamos comparta la fuente "científica" de su afirmación para contrastarla con el estudio en Lancet del 28/10 de este hilo. Si es un error, rogamos lo corrija: genera miedo, alarma y división". Ni uno solo corrige su proclama. Y eso que las afirmaciones casi incitan al odio. Javier Solana, afirma que "Los que no se vacunan son responsables de esta ola". Pablo Iglesias lo expresa así: "sería perfectamente razonable hacer la vacunación obligatoria, igual que es obligatorio no ir a más de 120 km/h en una autopista". Revilla lo expresa a su estilo: "que se vacune a todo el mundo, por las buenas o las malas, por lo civil o lo militar". Y Miguel Sebastián es aún más explícito: "El pasaporte no evita el contagio, además los vacunados contagian igual. Hacer la vida imposible a los que no se quieren vacunar, ese es el objetivo". Todo muy cabal. Todo muy sopesado y fundamentado. Y, por supuesto, todo muy democrático. Pero lo cierto es que, sea político, medio de comunicación, o "famosete del tres al cuarto", ni uno solo comparte la fuente en la que basa su loca exhortación, a pesar de que durante meses han dicho que esas decisiones se basaban en los criterios de los expertos. Quizás les faltó añadir: "...mientras los expertos digan lo que queremos que digan".

No me resigno, y me dedico a compartir por doquier tanta evidencia (ver enlaces): decenas de estudios científicos sobre los efectos adversos de las vacunas; testimonios de todo tipo; tratamientos alternativos a las inoculaciones; vídeos formativos e informativos; datos estadísticos de fuentes oficiales; respuestas a tantas preguntas sobre las nuevas variantes...Pero nada. Hasta los hechos más obvios. Hasta las evidencias más clamorosas para el sentido común son silenciadas o directamente malinterpretadas a la luz de las creencias previas o de las decisiones ya tomadas. Esfuerzo baldío. 

Ante ese panorama, difícil no preguntarse por qué, o para qué. Y uno entiende que muchos acudan a las interpretaciones conspiranoicas. A la mano que mueve los hilos de todo esto. Pero ni siquiera hace falta. Las evidencias son tantas y tan claras, que sobra una explicación de un "malo pérfido" que esté detrás de toda esta pesadilla, arrastrando con él a miles de médicos, científicos, autoridades sanitarias, y público en general. A veces las cosas son más sencillas que todo eso. 

En los años 60 y 70, la CIA lanzó su proyecto "Mockingbird" con el objetivo puesto en la disidencia juvenil y sus supuestas conexiones extranjeras, los movimientos contra la guerra de Vietnam y los periodistas incómodos en el interior de EEUU. Y se realizaron experimentos psicológicos consistentes en aislar a alguien como "raro", sin necesidad ni siquiera de acordarlo previamente. El proyecto sólo necesitaba colocar a unos pocos agentes en posiciones clave donde pudieran establecer normas e intimidar a quienes las violaran. El "matón" de turno denunciaba, por ejemplo, a Kent como "rarito" (¿o negacionista?). Si alguien se atrevía a decirle una palabra amistosa a Kent, también sería señalado como "rarito". Pronto todos acabarían rechazando a Kent. Lo peor es que se demostró que esto podía suceder de forma espontánea. Entrevistados posteriormente quienes participaron en aquel experimento sin saberlo, reconocieron su vergüenza por no haber defendido nunca a Kent. Cuando no eran vistos, trataban de ser amables con él. Pero le tenían miedo al "matón" de turno, y entendieron que estaban cerca de sufrir el mismo destino de Kent. Mejor unirse a los verdugos que acabar siendo también una víctima.

Es absurdo pensar que miles de médicos o científicos estén "compichados" con algún malvado, con la intención de perjudicar a la Humanidad. Aunque es clamoroso el desconocimiento de muchos en materia de virología y epidemiología, convirtiéndose en autómatas de los protocolos sanitarios impuestos, como hemos contrastado personalmente en decenas de conversaciones de estos meses. Pero descalificarlos o criminalizarlos no hace sino ridiculizar las lógicas dudas que su posición ha generado a millones de personas en todo el mundo. Sólo se precisa que no quieran ser señalados como favorecedores del que denuncia efectos adversos, o del que aporta evidencias contrarias a la narrativa oficial. El puesto y el sueldo están en juego, como se ha visto ampliamente demostrado con aquellos que han sido despedidos. Y a veces, incluso la curación y el bienestar de los pacientes están también en juego. Porque si como médico, has aconsejado la vacuna, y resulta que acaba teniendo efectos secundarios, y se generan daños para tu paciente, casi va a interesar negar que se deben a la vacuna, porque tu seguro de responsabilidad civil como médico ha excluido expresamente esas decisiones "Covid" de la cobertura para cubrir los posibles daños a tus pacientes. Así que mejor mentir para no perjudicarle aún más, como algunos ya han reconocido. Y con ello, el círculo es perfecto: toma de decisiones a espaldas de las evidencias científicas; políticos y medios de comunicación remando al unísono en la dirección contraria al sentido común y a la razón; y médicos en silencio cómplice, a modo de auto-censura (que muchos también practicamos, por desgracia, en nuestro día a día para evitar estar en permanente confrontación).

Cuando las cosas se tuercen mucho, bien sea por guerras, catástrofes naturales, hambrunas o enfermedades, desde las más antiguas tribus hasta los imperios más actuales, los seres humanos no pueden quedarse de brazos cruzados. El pueblo pide explicaciones. Las autoridades de turno tratan de mover ficha. Y la frase que se ha repetido en todos los idiomas y en todas las épocas ha sido siempre la misma en esas circunstancias: ALGO HAY QUE HACER. Porque resulta insoportable e inasumible que debamos "aguantarnos" sin más con esa calamidad que nos ha caído del cielo. Pero claro, en el fragor de esas circunstancias tan adversas y con la presión por hacer algo ya, lo que menos se tiene es la cabeza fría para hacer algo y hacerlo bien. Y se acaba haciendo cualquier cosa, para que, al menos, se ponga el foco en otros. Y es así como nace el gran invento de la condición humana: el "chivo expiatorio". Una persona o grupo de personas a quienes se quiere hacer culpables de algo con independencia de su inocencia, sirviendo así de excusa a los fines del inculpador. Así, sobre ellos, se aplica injustamente una acusación o condena para impedir que los auténticos responsables sean juzgados o para satisfacer la necesidad de condena ante la falta de culpables, librando de represalias a quien corresponda. ¿A alguien no le suena esta dinámica en la invasión de Irak con aquella absurda acusación de armas de destrucción masiva contra Sadam Husein? Cuando fue ejecutado y tras miles de muertos en los bombardeos, se demostró que lo de las armas había sido una "patraña", pero ya no era un asunto de actualidad, y el olvido jugó su papel. Lo mismo sucedió con la guerra contra Afganistán tras el atentado de las Torres Gemelas, con la Guerra de las Malvinas, o incluso con nuestro famoso Islote Perejil, que defendimos "a capa y espada" contra los marroquíes no hace ni dos décadas. Lo mismo sucedió en aquel "crucifícalo, crucifícalo" de hace dos mil años. O lo mismo sucede a diario con miles de inmigrantes o gitanos de todo el mundo, siendo culpados injustamente de todo tipo de desmanes, para que la ira y la frustración recaiga sobre ellos en lugar de sobre las causas de las injusticias que se quieren combatir. Como bien recuerda Fernando del Pino, "en la Europa Central de los siglos XV a XVII la histeria colectiva llevó a las masas a linchar y quemar vivas a decenas de miles de mujeres acusadas falsamente de causar malas cosechas y epidemias", en una auténtica caza de brujas.

La Historia se supone que existe para no cometer los mismos errores que se cometieron en el pasado. Pero como nos recuerda nuestro querido amigo Xavi León, "la Alemania Nazi introdujo el «Gesundheitspass” o «Pasaporte Sanitario» que deshonraba a quien no lo poseyera. En aquella época fascista, no se podía acceder a edificios públicos, teatros, museos, escuelas y lugares de trabajo, si no poseías ese pasaporte. (...) Eran unos hechos que atentaban contra la libertad individual, y al hacerlo, la esencia del ser humano, simplemente desaparecía. (...) Sin darnos cuenta, estamos aplicando los valores del higienismo, donde los sanos y puros tienen derechos y libertades por encima de los impuros, de los no vacunados, los cuales no pueden tener libertad de movimiento, expresión o decisión". Del Pino se pregunta: "¿Propondrán pronto que los no vacunados se cosan una estrella de David en la solapa antes de encerrarlos en guetos e internar a los más recalcitrantes en campos de concentración?". Sobran las palabras. La realidad es demasiado tozuda y recuerda demasiado a lo que parece haberse olvidado.

Vivimos una narrativa pandémica que se ha construido sobre el belicismo de una supuesta lucha contra un virus letal, sobre unos contagios casi milagrosos, sobre unos porcentajes de inmunidad de rebaño que van y vienen igual que la tan cacareada "normalidad", y sobre toda una batería de dogmas con sus correspondientes ritos sanitarios. Muchos de ellos están totalmente descartados ya por la ciencia, pero tranquilizan a millones de personas como si les protegiera del "demonio", incluyendo el gel hidroalcohólico, las mascarillas y los pinchazos. Por supuesto, como en toda película, debe haber buenos y malos. Y estos segundos están siendo convertidos en verdaderos "cabeza de turco" a los que endosar las culpas de todo.

No está mal la predisposición a solucionar los graves problemas que acucian a la Humanidad. No está mal la actitud de "hay que hacer algo". Pero no vale cualquier cosa. No vale a cualquier precio. Y no vale si lo que se hace no vale absolutamente para nada, y perjudica a millones de personas sin sentido alguno. Por desgracia, en esas estamos. 


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