La sangre está sobrevalorada. A fin de cuentas es sólo parte de esa carcasa que somos. Pero somos mucho más que esa carrocería que mejor o peor, tarde o temprano, acabará en cenizas o presa de los gusanos. Por eso nos siguen sorprendiendo los obsesivos procesos que se producen en demasiadas familias. Y lo decimos nosotros, en nuestro blog, que precisamente va de eso, de una familia de tres hijos.
La familia. Padres, hermanas, primos, sobrinas, tíos, abuelas... Ese ente que nos da la vida. Esas personas que nos acogen y nos miman en la llegada a este mundo. Y que a veces nos vuelven locos/as de atar. Ese lugar que nos inspira gratitud y resentimiento casi en las mismas dosis. Que nos cura y nos hace enfermar. Probablemente porque como germen de la vida, se mueve entre dos polos extremos difícilmente conciliables: el polo de la pertenencia y el polo de la libertad.
Haciendo tonterías cósmicas con los trajes de apicultor de nuestro amigo Jose en la Sierra de Segura en 2016 |
Esos polos se manifiestan en casi todas los grupos humanos. Lo vemos en los círculos de nuestros hijos, en los que si no llevas la ropa de una determinada forma, ves los mismos youtubers que el resto, y escuchas las mismas canciones, eres expulsado/a cruelmente bajo la mofa y el cachondeo generalizado. ¿Que quieres libremente vestir, ver u oír otras cosas? Tú mismo, con tu mecanismo. Pero bien sabes a lo que te arriesgas. Igual les sucede a quienes emigran a otra provincia o país. Los hay que no paran de lamentarse de que en sus nuevos destinos la comida, el tiempo o la gente no son ni de lejos como los de su patria chica. Y los hay que hacen de los lugares más inhóspitos un hogar donde expandir los pulmones del libre albedrío. Y si eso sucede en tantos grupos humanos, qué decir en el grupo primario y primigenio: la familia.
Pertenencia y libertad. Difícil equilibrio que causa no pocas paranoias en muchas familias. En unos casos, porque al estilo de El Padrino, se busca un clan sólido donde la independencia y la emancipación no se ven con buenos ojos. Y en otros porque hay personas que buscan esa identificación, y en su familia sólo logran ver espacios abiertos que se expanden sin límites. Y tanto en un caso como en otro surge el sufrimiento en multitud de circunstancias. Desde la cena de Nochebuena, a la gestión de una herencia. Desde los parecidos físicos a la importancia del dinero o de un trabajo seguro y para toda la vida.
Aunque a muchos os parezca una locura, estamos convencidos que elegimos venir a nuestras respectivas familias. No es una cuestión aleatoria o de azar. Escogemos a nuestros padres con una finalidad: bien sea de aprendizaje, de crecimiento, o para superar determinadas pruebas. Y de esta forma, la familia se convierte en el mejor campo de entrenamiento para desplegar todo nuestro potencial. Incluso cuando lo que nos vamos a encontrar es tan duro como lo que muchos, por desgracia, os encontráis en esa pugna entre pertenencia y libertad.
Una familia puede ser un lugar maravilloso donde verse acompañado en los dones y talentos que uno o una trae para desplegar en esta vida. No es un sitio donde nos tienen que enseñar "qué es la vida". Eso ya lo traemos de serie. Es un lugar donde poder elevar a la máxima expresión nuestras capacidades y nuestros anhelos para ponerlos a disposición de los demás. Y si nuestra familia nos coloca entre la espada y la pared, a lo mejor es que tenemos justo ahí una de las pruebas que teníamos que sortear habiendo elegido venir a esa familia. Porque familia sólo hay una. Pero eso no significa que no haya miles o quizás millones de personas dispuestas a ser tu familia cósmica. A vibrar como tú lo haces. A luchar por un mundo mejor como tú. A darse a los demás como a ti te gustaría hacer.
Hay muchos que ya lo están haciendo. Sin resentimiento hacia su familia natural. Con profunda gratitud por la fortaleza interior que todo ese proceso familiar les ha proporcionado. Y han entendido que la familia que les trajo al mundo tenía un papel que es el que les ha ayudado a crecer como lo han hecho. Pero trabajando por integrar ese clan que les trajo al mundo y les ayudó a caminar, con esa amplísima familia cósmica que crece por doquier en busca de un mundo mejor. No se trata, probablemente, de derribar esos muros que a veces nos oprimen desde la pertenencia, sino de construir puentes que nos unan a tantas y tantas personas que están "a otra cosa, mariposa", volando en libertad.
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Excelente artículo. Gracias por formar parte de la familia Cósmica de la Paz. A ver si nos vemos en Villasur de Herreros en la Casa de la Paz.
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