Lo que mal empieza mal acaba. Aunque no siempre. Ayer acabó maravillosamente lo que inicié "como elefante en cacharrería". Me despedí de mis compañeros de trabajo en un entrañable almuerzo, lleno de comensales y de bellos detalles para los que nos vamos. Hubo abrazos sinceros, palabras muy cariñosas, algún "suspirillo", y más de un nudo en la garganta y en el estómago, al menos por mi parte. Quizás acabó bien lo que empecé regular, porque creo haber aprendido lo que vine a aprender a este trabajo. Algo que va mucho más allá de derecho laboral o de técnicas de intermediación. Va relacionado con la asignatura de la vida y sus prioridades. Con el papel del trabajo y el control sobre nuestro bien más preciado: el tiempo. Con saber aceptar y aprender lo que la vida nos depara. Y con acabar aceptando y adaptándonos a los recodos del camino, en lugar de aferrarnos a cómo nos gustaría que ese camino fuera.
Antes de la despedida recogí mis bártulos. Aunque había poco que recoger. Eso fue algo que me propuse cuando llegué a este trabajo: acumular poco para llevar poco equipaje en el viaje siguiente. Con este nuevo cambio de trabajo dejo atrás mucho de lo que ha formado parte de mi vida en los últimos cuatro años: la cercanía a casa, la reducción de jornada, la atención a los desempleados, la meditación con los compañeros frente al olivo de la oficina, el almuerzo a horas decentes en familia... De nuevo otro cambio más en nuestra vida. Otro más. Para que no se oxide la capacidad de fluir por este río que es la vida, en esa permanente transformación de todo lo que nos rodea.
Pero, ¡quién me lo iba a decir! Con lo frustrado que me sentí durante semanas en mi entrada "triunfal", y el "pellizquillo" que ahora me genera irme. Vamos que si sólo hubiera dependido de mí, habría retrasado mi marcha, sin duda. Pero si me hubiera ido hace cuatro años, lo habría hecho quizás "enfurruñado" o quizás con un "portazo". Mis expectativas y mi inconformismo laboral eran demasiado altos. Ahora me voy contento, sin rencillas y con un buen puñado de amigos. Ha valido, pues, la pena, el trecho recorrido en estos años. Y no es que el trabajo haya cambiado: aún queda largo trecho hasta una atención como la que los desempleados se merecen. Pero el relajar mi actitud, el respetar los ritmos de los otros, y el aprender aceptando, han hecho brotar novedades que no imaginé entonces. Se hace un gran trabajo a pesar de tantos obstáculos y tanta dichosa burocracia, gracias a un equipo de gente excepcional. Se ha creado una "piña" magnífica. Y eso es buen síntoma. Significa que lo humano ha tomado el papel central, bajo la excusa de una jornada laboral. Indica que las personas ocupamos el sitio que nos corresponde por encima de enfoques profesionales. E implica que echaré mucho de menos a mis "compis" y usuarios, muchos ya amigos, por encima del papel que cada uno tenemos en esta obra de teatro de la vida laboral. Mantendremos el contacto y la relación por encima de esa jornada. Y quizás esa relación sea más auténtica y menos condicionada por roles, como ya me ha sucedido en trabajos y etapas anteriores. La amistad y el amor no entienden de lugares, momentos o etapas.
También me apasiona reencontrarme con antiguos compañeros de Hacienda de los que un día me despedí como ahora, en este ir y venir continuos. Cambio las tarjetas de demanda de empleo por la investigación del fraude fiscal. Pero a veces no importa tanto lo que se haga, sino cómo se haga. Ese ha sido otro gran aprendizaje de esta etapa. Y de nuevo siento en mi interior ese hormigueo de lo retos por afrontar. Hasta el próximo cambio de tercio.
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Ay Rafa!!! Te voy a echar de menos, de hecho ya se te echa de menos. Ha sido verdadero placer coincidir contigo... trabajar, meditar, hablar de mil cosas... te deseo lo mejor y se que seguiremos en contacto. Mil besos.
ResponderEliminarSandra.