El 3 de Marzo de 2011 fue muy extraño. Tras los intensos días de preocupación vividos, íbamos preparados para el peor de los diagnósticos. Habíamos sondeado a familiares y amigos y sabíamos que estaríamos en las mejores manos allí en Barcelona. Pero nos esperábamos lo peor, incluida la aplicación de láser de urgencia. La multitud de pruebas y profesionales en un entorno tan sofisticado y tecnológico dio paso a la conclusión de que, efectivamente tenía algo de degeneración pigmentaria. Pero que ello era relativamente habitual en unos ojos tan dañados como los míos. Me desaconsejaban el láser: 30 ó 40 impactos podrían solventar el problema en el corto plazo, pero lo agrandaría en el medio y largo. Y la sorpresa: a pesar de mi gran miopía en el ojo izquierdo, su agudeza visual podía permitir una operación para una lente intraocular en un futuro, lo que me podría permitir recuperar buena parte de la visión en ese ojo.
Salimos exultantes. Del peor de los diagnósticos habíamos pasado casi al mejor. De pensar en quedarme casi ciego con el tema de la degeneración pigmentaria, pasaba a plantearme la recuperación de ese ojo izquierdo. Empezaba a entender la frase: “Cada día que pasa, sea como sea, me encuentro mejor, o mi problema desaparece”. Y no paraba de repetirme internamente: “¡Claro!. “Sea como sea”. Sin el susto del primer diagnóstico, nunca habría venido a Barcelona, para una oportunidad como ésta de recuperar mi ojo izquierdo”. Los cuentos de la lechera empezaron a fluir por mi cabeza….Efectivamente, ese “sea como sea” actuaba. ¡Y de qué manera! Pero no como yo me imaginaba.
Durante 4 semanas disfruté de la ilusión por un ojo nuevo como un niño en la mañana de Reyes. Encargué una lente nueva de contacto para probar si mi cerebro toleraría bien una segunda imagen, e hice todos los preparativos que mi nuevo “destino ocular” parecía marcarme. ¡Qué alejado estaba de lo que vendría después!
El 6 de Abril, de forma abrupta, empecé a ver gusanitos negros y bolitas por ese ojo izquierdo. Eran muchas más de las habituales. No quise alarmarme. Pero al día siguiente, jueves, en pleno concierto de mi hijo en el conservatorio, noté cómo se oscurecía totalmente casi una cuarta parte de la visión del ojo izquierdo. Tocaba alarmarse. El hecho de que mi suegro estuviera recién aterrizado de Francia, y que por lo tanto pudiéramos dejarles a cargo a mis tres "fierecillas", me hizo volver a caer en la cuenta del “sea como sea”…
Acudimos a las únicas Urgencias Oftalmológicas de Málaga a las 9 de la noche con el miedo en el cuerpo. El diagnóstico lo confirmaba: desgarro de retina. La médico de guardia trataba de tranquilizar: acudiendo de nuevo al día siguiente a primera hora de la mañana, me aplicarían láser y el punto de desgarro quedaría rehecho. Desde que salimos a las 10:30 hasta la 1 de la mañana la indecisión fue enorme. ¿Qué hacer? ¿Aceptar el diagnóstico de urgencias o acudir a Barcelona de nuevo? ¿No sería “matar moscas a cañonazos” acudir de nuevo a Barcelona, con un alto coste en vuelo y desplazamiento pudiendo ir al día siguiente al láser de Málaga sin más? Y los niños con un “tinglado” de los suyos organizada para ese mismo viernes...Uffff...
Tanto mi mujer como yo sabíamos que esa decisión de justo ese momento podía ser crucial...Y cada uno pusimos nuestra parte de intuición en práctica. Yo, decidiendo rechazar el láser de Málaga y optando por ir a Barcelona. Y ella decidiendo que en ese caso no me dejaría ir solo. Ambas intuiciones resultaron cruciales después.
Reservamos vuelo y cita para Barcelona a las 2 de la mañana, y a las 7 estábamos ya de camino, mientras mis suegros se quedaban al mando en casa con los 3 niños. A las 9:30 se confirmaban nuestros temores: no era un mero desgarro subsanable con láser; era un desprendimiento de retina y vítreo en toda regla, que requería de una intervención quirúrgica y urgente.
A las 2 y media de la tarde me ingresaban en el quirófano, con cada vez menos ángulos de luz en mi ojo, y con la convicción de que lo que venía no iba a ser ninguna broma, ni por el coste económico, ni por las repercusiones médicas. Pero me sentía en las mejores manos. Y eso me dio una extraña tranquilidad en esas circunstancias de desasosiego, que especialmente notaba mi mujer. A las 18h salí del quirófano. Según nos dijo después el cirujano, había tenido que “sudar la camiseta” de lo lindo. Si no hubiera sido por su experiencia, por su pericia, y por estar considerado como uno de los 3 ó 4 mejores retinólogos del mundo, probablemente habría perdido el ojo ese mismo día. Durante la intervención, se quedó con mi retina en sus manos, y se generó una hemorragia masiva en el ojo que le obligó a cambiar de estrategia varias ocasiones en la misma intervención. Finalmente consiguió estabilizar mi retina con un anillo de silicona, cambiaron el gas perfluoroctano por aceite de silicona (cuya densidad, al menos, me permitía volver a casa en avión) y limpiaron mi hemorragia como pudieron.
Aparentemente todo se había solucionado. Aparentemente. Pero ni la cercanía de las revisiones planificadas, ni el estado de mi ojo en carne viva, ni mis extremos dolores de las 2 semanas siguientes presagiaban que la historia hubiera llegado a su final. La hemorragia presionaba contra el nervio escleral, y el dolor más insoportable que jamás había sentido se apoderó de mis dos semanas siguientes. En más de una ocasión no pude reprimir las lágrimas en esos eternos días que se sucedieron. Al dolor físico se unió el emocional, como cuando mi hija me recibió entre lloros al volver de Barcelona y descubrir el deplorable estado que presentaba mi ojo en carne viva, y a su padre “zombi perdido”. El llamado “dolor del clavo” me sacudió de lo lindo, y ni los más fuertes analgésicos que me habían sido recetados, pudieron hacer nada por mitigarlo. A más de una visita que vino a interesarse por mí, tuve de dejarla con la palabra en la boca esos días, ya que era incapaz de seguir el hilo de las conversaciones. La medicación recetada para que la hemorragia se diluyera tampoco ayudó mucho a reconducir mi malestar: todo mi sistema digestivo y la asimilación de líquidos parecieron volverse locos. Curiosamente, tan sólo las meditaciones de mi amiga Carmen me aliviaban en el duro trance de lograr dormir algo para pasar el trago. Descubrí esos días que buena parte de los productos de la “Medicina Occidental” son meros aturdidores de los síntomas, y que todos tenemos en nuestro interior las herramientas para sanarnos, prescindiendo de químicos interesados. La meditación logró lo que los químicos eran incapaces de lograr ¡Yo que siempre había sido tan racional y cientifista!
La primera revisión a los 15 días fue tan sólo un trámite para certificar que el dolor empezaba a remitir poco a poco, y que aún era preciso esperar para que la hemorragia abandonara mi ojo. La segunda revisión, dos semanas después, no resultó tan anegdótica. Yo ya me lo olía, pero no quise alarmar. La oscuridad de nuevo se había hecho fuerte en ese ojo, y ello no presagiaba nada bueno. La hemorragia había impregnado mi cristalino, y ello suponía tener un muro opaco en mi ojo, que impedía que entrase la más mínima luz. Reunión de expertos. Largos minutos de espera y de exploraciones de los más variados especialistas. Cara de miedo y desconcierto en mi amada compañera de fatigas. La propuesta de mi cirujano era contundente: de nuevo debían operarme, y a poder ser de urgencia. Había que extirpar mi cristalino. Sin esa decisión tan traumática, jamás volvería a ver la luz por ese ojo.... Y para colmo, la primera operación, tan sólo 1 mes y medio antes, nos había dejado con las arcas familiares tiritando y con alguna deuda económica pendiente. ¿Cómo afrontar de nuevo otra decisión con esa premura y condicionantes?
Ese día aprendí que, efectivamente, Dios, El Universo o la Energía Universal, escriben recto con renglones torcidos. Y que, sin saberlo, debíamos tener crédito en el Banco de la Divina Providencia. Quizás habíamos acumulado “karma positivo” o “dharma” en algún lado sin saberlo. Venían momentos decisivos para comprobarlo.
(CONTINUARÁ)
Jolín! espero que todo haya salido bien.
ResponderEliminarQué crudeza Rafa! Pues no me está llorando el ojo izquierdo al leerte? No tenía ni idea de lo durísimo de esa experiencia. Claro, se te ve tan bien que ¿quién lo diría?...Menos mal que sé que acaba bien!
ResponderEliminarQué crudeza Rafa! Pues no me está llorando el ojo izquierdo al leerte? No tenía ni idea de lo durísimo de esa experiencia. Claro, se te ve tan bien que ¿quién lo diría?...Menos mal que sé que acaba bien!
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