lunes, 27 de abril de 2020

Paradojas confinadas

(imagen de Cristina García Rodero)

Sábado por la mañana.
Día grande en el confinamiento.
Me toca ronda de supermercados.
El jueves toca fruta y verdura, pero va Mey.
El paseo desde la puerta de casa al coche me sabe a gloria.
Nunca un paseo tan corto me supo a tanto. 
Me doy con un canto en los dientes.
Los niños dicen que tengo un morro que me lo piso.
Y es cierto: el súper es mi salvoconducto.

Los menores de 14 por fin ya salen a jugar.
Pero esta vez los niños y los columpios no van a juego.
Los cinco adolescentes de casa seguirán enjaulados un poco más.
Perros y niños primero.
Ellos empiezan a estar más quemados que la pipa de un indio.
Están hasta las narices de confinamiento. 
Son nobles y apenas dan la brasa.
Pero a veces parece que les falta un tornillo: como auténticas regaderas.
Cosas de hormonas, imagino. 
Y están como cabras.
Y las cabras tiran al monte.
Pero ahora no todo el monte es orégano

El coche descansa ahora mejor que yo.
Hace semanas que no duermo a pierna suelta.
Me sorprende la hierba que cubre parte de su parachoques.
La primavera se abre paso entre las rendijas de la acera.
También en el cielo, con cientos de pájaros.
Su bello trino me resulta ahora atronador ante el silencio del vecindario.
El viejo C3 remolonea al arrancar, tras días de siesta.
Avanzo con una lentitud atípica.
No quiero perderme detalle de la ciudad.
Parece un territorio fantasma tras una explosión nuclear.
Todo vacío. Todo en silencio.
En el recorrido apenas tres peatones y cinco coches se cruzan en mi camino.
Dos son de policía.
Agudizo la vista para identificar algún conocido.
Empeño inútil tras las mascarillas.
Sólo ojos. Ojos recelosos. Ojos fisgones. Ojos lejanos.

En la farmacia han montado una barricada en el mostrador.
A la mascarilla de la dependienta se une una cadena de plástico y una mampara de metacrilato.
Más que animar a comprar parece que te invitan a huir con los brazos en alto. 
Todo sea por la sacrosanta distancia de seguridad.
Todo sea para evitar a los "enfermos asintomáticos".
Que deben ser algo así como el "embarazo psicológico".
Como un "sí pero no".
Porque son muy peligrosos y pueden contagiar sin saberlo.
Pero son muy necesarios para lograr la inmunidad colectiva.
Vamos, que nos aclaramos mucho...

Tiempos locos. Muy locos.
Debes permanecer confinado hasta que el virus desaparezca.
Pero solo desaparecerá si llegamos a la inmunidad de rebaño.
Y para eso tenemos que dejar de estar confinados.
Si vamos dos en el coche, uno debe sentarse diagonalmente detrás con mascarilla.
Aunque sea tu pareja con quien has compartido cama esa misma noche.
Porque en el coche sí da, pero en la cama no.
No tengas contacto con personas mayores.
Les puedes contagiar y son colectivo vulnerable.
Pero tienes que cuidarlos y llevar compras y medicinas a tus vecinos mayores.
Aunque no puedes ver a tu madre o a tu abuela.
Pero sí puedes coger un taxi y conocer a un taxista mayor.
O también puedes, como yo, hablar con la de la farmacia que es una señora muy simpática,
aunque también sea mayor.
La empanada mental es ya monumental.

En el aparcamiento del súper los coches también guardan la distancia de seguridad.
Llevo mis guantes, pero me obligan a ponerme otros encima.
En el mercado anterior, ya me tuve que echar gel sobre mis guantes.
Esto debe ser como cuando llueve sobre mojado.
Por megafonía no emiten música, como era costumbre.
Sólo un mensaje martilleante cada cinco minutos.
En inglés y en castellano.
Animan a no hacer acopio.
A mantener una distancia mínima de dos metros.
Y finaliza con una frase apocalíptica:
"Esto pasará. Racionalicemos el miedo".
Se te queda un cuerpo bueno con la dichosa frasecita.
No hay nada más que ver las caras del personal comprando.
No hay nada más que oír su clamoroso silencio.
Pedir racionalizar el miedo, y con esa solemnidad, es como pedir que no pienses en un elefante rosa.
Te imaginas el elefante hasta en el mínimo detalle.
Te entra el miedo, aunque no lo tengas.

Los gobiernos de todo el mundo están como las cuerdas de la vieja guitarra de casa.
No dan más de "sí".
Parece que tenemos "la negra" con ellos.
Normal que los pongan verdes.
A ver si por fin dan en el blanco.
Y pronto volvemos a verlo todo de color de rosa.
Y desaparece tanto drama de familias sin blanca.
Y nos ponemos morados de perdices.

Dicen que la vuelta a la normalidad está a la vuelta de la esquina.
Que al confinamiento le quedan dos telediarios. 
Esperamos salir ya en mayo como agua de idem.
Toquemos madera. 



Inspirado en Antílopez

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