Vista de Duino desde su castillo |
Cuando los hijos crecen siempre hay una etapa de rebeldía. De enfrentamiento visceral contra todo y contra todos. Especialmente contra los padres, que simbolizamos mejor que nadie la etapa de niño que quieres dejar atrás. Esos cuatro o cinco años de choque no nos los quita nadie. Y cuando tienes tres hijos se multiplica por más de tres. Por mucho más. Porque la complejidad de los procesos tiene lugar simultáneamente, y a veces se retroalimentan. Pero el final del túnel llega siempre. Y el regreso a casa se acaba produciendo. No a la casa física. Al hogar familiar. Aunque esté coyunturalmente en Italia, y seamos los padres los que vayamos a visitar al retoño, como pasó en abril. Y entonces vuelven los abrazos, más sinceros que nunca. Vuelven las ganas de volver a meterse en la cama con los padres y charlar de fútbol, de política o de amor. Vuelve el respeto y el cariño. Y acabas entendiendo que para ser "tú", no hace falta luchar contra lo que te trajo hasta aquí, sino hacer tuyo lo que necesites de todo ese camino recorrido.
Comiendo pizza en Trieste con Abde e Inés |
Fue una delicia de viaje. Pablo nos había preparado todo un itinerario de encuentros con quienes durante este curso han sido su familia. Gente que le ha hecho crecer como persona y dar un salto exponencial en un tiempo récord. Gente como Abde, que nos compartía sus vivencias como musulmán, o Inés con esas ganas envidiables de cambiar el mundo y su proyecto solidario en Rumanía...Y aún quedó tiempo para visitar Trieste, para una cenita colectiva en casa, para un concierto de jazz...Pero lo que más nos impactó fue darnos cuenta de que ya ha empezado a forjar su mundo. Un mundo lleno de ilusiones, de amistades, de fidelidades, de sueños, de retos, de aspiraciones... Ya no hay que preguntar por exámenes, por notas o por trabajos. Todo eso ya lo gestiona él, porque sabe bien que forma parte ya de su mundo. Y llegarán las decepciones. Y las injusticias. Pero también alegrías enormes. Y logros. Y victorias.
Sin comentarios |
Si hay algo de lo que estamos especialmente orgullosos en todo este proceso de Pablo en Italia, no es de verlo tan profundamente feliz. Que también. Es de percibir que está creciendo como persona. Y no sólo en conocimientos o técnicas para conseguir un día un trabajo. La vida no va de eso, y a veces nos damos cuenta demasiado tarde. El duro trabajo con las asignaturas debe compatibilizarse con empaparse de las vivencias más ricas que uno pueda imaginarse. Y el día tiene sólo 24 horas. Por eso toca dividirse entre la academia del conocimiento y la academia de la vida. Apostar unas horas para conseguir unos objetivos que te puedan abrir puertas en universidades a las que jamás pensaste poder ir a estudiar, o apostarlas para departir con compañeros del otro lado del globo, a los que quizás no vuelvas a ver, pero que te están dando claves que sabes cruciales para el resto de tu vida. Es un proceso apasionante. Incluso cuando lo vives como un simple espectador.
Haciendo el tonto por Trieste |
Mientras estábamos allí fuimos testigos de un episodio que ilustra muy bien ese pequeño mundo en el que viven. Y no sólo porque sean tantísimas nacionalidades, lenguas y culturas las que allí conviven. Sino porque en muy pocos metros cuadrados se desarrollan las mismas dinámicas que se producen en el mundo continuamente, y a las que tendremos que dar respuesta tarde o temprano, de una forma u otra. Y ellos entrenan esas habilidades a diario. La heterogeneidad allí es tan brutal como en nuestro querido planeta. Ríase usted de diferencias por lenguas, banderas o nacionalidades. Ríase usted de la absurda dualidad en la que nos enseñan a vivir desde pequeños: hombres o mujeres, buenos o malos, ricos o pobres, de derechas o de izquierdas, los de aquí o los de fuera, justicia o igualdad...
Camino de Rielke con el Castillo de Duino al fondo |
Y en una de esas, surgió un conflicto que les traía de cabeza. Dentro de las normas de convivencia que tienen allí, existen unos compromisos claros respecto a la hora de regreso a las habitaciones, a la asistencia a clase, o a la dedicación al estudio. Y una noche, en una de los turnos de vigilancia, una profesora se quedó sorprendida del incumplimiento de esas normas, y lo expuso abiertamente en la asamblea general que todos los lunes celebran para analizar la marcha de todo y planificar los siguientes días. Levantó ampollas. Algunos se sintieron señalados en cuanto a su derecho a estar allí, cuando tantos se han quedado fuera, y cuando hay tanto por hacer por un mundo mejor. Porque, como en el mundo "grande", en ese mundo "pequeñito" no todos han llegado allí con el mismo esfuerzo. Los hay que en su trayectoria vital han estado al borde de la muerte en varias ocasiones, y sufriendo las peores calamidades hasta llegar allí. Y los hay que no se han despeinado, y han llegado con una saneada cuenta corriente a sus espaldas. Algunos ven en Duino la oportunidad de su vida, y otros sólo uno más de la infinidad de caminos que una vida holgada les brinda. Y en esas, hubo una joven iraquí que, al parecer, se levantó y removió las conciencias que aquel debate pudiera aún haber dejado sin remover. Con la beca que ella había recibido para estar allí estudiando, en su país se podría dar de comer a 50.000 personas en un día, una ciudad entera. ¿Cómo podía dilapidar ese preciado tesoro que le había sido entregado? ¿Cómo podían estar otros despreciando una oportunidad así?
A veces nos obsesionamos en dar a nuestros hijos un camino hecho, respuestas para todas sus preguntas, o futuros resueltos. Y nos olvidamos que en la vida, poco hay de decisiones seguras o de identidades inquebrantables. Van a necesitar mucha capacidad crítica y mucha empatía para desenvolverse en un mundo cada vez más complejo y holográfico, pero cada vez más fascinante. Démosles perspectiva, no certezas.
NOTA: Os compartimos el balance económico de algunos de los proyectos solidarios que impulsamos gracias a los granitos de arena de muchos de vosotr@s, así como las distintas vías que empleamos para ello (por si algun@ se anima a unirse ;) )