Uno se empeña en hacerse el sueco, el loco o el sordo. Pero nada. La vida "erre que erre". Fluyendo, como debe hacer. Y uno con sus planes, con sus apegos, aferrándose a todo y a todos.
Desde hace años vivimos con intensidad el aprendizaje permanente y casi diario a través de lo que nos pasa en la vida, en el día a día. Cada vivencia, cada encuentro, cada situación trae un aprendizaje bajo el brazo. Y tan sólo hace falta un poco de voluntad y de consciencia para desvelarlo o abrirse a esas enseñanzas vitales. Pero lo de estas semanas está siendo muy fuerte. O mejor dicho: "blanco y en botella". Porque más "clarito" no puede venir ese aprendizaje en lo que nos está sucediendo.
Parece que es ley de vida. Al menos de esta vida que nos damos. Y esa ley no escrita nos lleva a buscar aquello que nos da seguridad, que nos reconforta, y nos protege. Nuestra salud, nuestra casa, nuestro trabajo o nuestra familia forman una buena parte de ese círculo virtuoso que conforma gran parte de lo que creemos que somos, porque en esos entornos nos sentimos resguardados de las inclemencias de la incertidumbre, de la inseguridad y de la zozobra. Por eso lo de estas semanas está siendo todo un ataque a lo que suele constituir la línea de flotación de esas certezas que no paramos de construir en nuestras vidas. Primero fue la casa, en cuyo sótano no paran de salir goteras, filtraciones, manchas y charcos desde hace meses. Luego fue la dura adolescencia, que por momentos provoca terremotos en casa, más allá de la escala Richter. La semana pasada fue el episodio de mi ojo "bueno", ese con el que jamás pensé que sufriría contratiempo alguno. Y lo último ha sido el trabajo, donde la estabilidad y continuidad que creí que gozaba fluctúan por momentos.
En todos esos casos, el mensaje es alto y claro. Yo pensaba... Yo creía...Yo me imaginaba...Yo daba por sentado... Y ¡zasca!, en toda la boca.
Pensamos que la casa es nuestro refugio, nuestro lugar de paz, el sitio que nos permite recobrar el aliento... y, sin embargo, desde hace meses, nos asusta bajar al sótano por miedo a pisar de nuevo sobre mojado. Con los hijos algo parecido: todo parece ir encaminado y armonioso, con unos niños encantadores y amorosos, hasta que de repente la adolescencia asoma por la puerta y te topas con unos portazos, una palabrotas, unas caras y unos desafíos más propios de la mafia que de tu propia familia. Con la salud y mi ojo, tres cuartos de lo mismo: se suponía que ese ojo era "a prueba de bombas", la tabla de salvación de mi vista, y de repente láser y la amenaza de otro posible desprendimiento de retina. Y con el trabajo también todo parecía marchar bien: clima laboral magnífico, respaldo pleno a mi labor, y de la noche a la mañana, una cuestión burocrática secundaria con los códigos de los puestos de trabajo puede alejarme a otros menesteres en otro organismo totalmente distinto.
¿Qué ha pasado en estas semanas? ¿Cómo es que todo parece patas arriba o boca abajo? ¿Qué ha sucedido para semejante desconcierto? Quizás si te llega una situación de éstas, puntualmente, lo achacas a la casualidad o a la mala suerte. Pero cuando cuatro aspectos destacados de tu vida se agitan de esta forma a la vez, quizás es que hay algo que aprender, por mucho que te resistas a ello. Y quizás la cosa vaya de darte cuenta de que las certezas, en la vida, poquitas. Que dar las cosas por sentado no es una buena estrategia. Y que son pocas las realidades eternas, inmutables e inequívocas. Todo muta. Todo es un continuo fluir. Todo está llamado a cambiar y a dejar de ser como siempre fue, por mucho que nos empeñemos en mirar para otro lado. Sea en tu casa, con tu familia, con tu salud o la de los tuyos, en el ámbito laboral o profesional. Todo es un río que no para de discurrir por el cauce de la vida. De forma imparable y trepidante. Y ese río deja al descubierto nuestras vulnerabilidades. Aquello que siempre tratamos de ocultar. Y sientes que es mucho más que inesperado o inoportuno. Es inmerecido, injusto, indignante, intolerable... Calificativos que brotan de dentro (quizás por eso empiezan todos por "in) no sólo en ti, sino en los que te rodean, pero que desvelan que dimos por sentado lo que nunca fue. Aquello que realmente sólo existió momentáneamente en el instante minúsculo de nuestro existencia, y tan sólo durante un ratito dentro de la inmensidad de la Vida con mayúsculas, por mucho que nuestros apegos mentales, y nuestras expectativas vitales conspirasen en sentido contrario.
Esas vulnerabilidades compartidas son, paradógicamente, lo que más nos une. Porque a pesar de los "likes", los postureos, y las sonrisas postizas de los "selfies", todos somos y nos sentimos vulnerables en más ocasiones de las que queremos reconocer. Todos vemos cómo en ciertos momentos se resquebrajan aquellos cimientos que siempre creímos perpetuos. Y es justo cuando compartimos esas vulnerabilidades, esos miedos y esas angustias cuando surge la autenticidad de los seres humanos. Aquello que nos hace UNO.
Es curioso que nuestro ADN parece querer que las cosas sean estables y seguras. Que en nuestra vida no haya altibajos, sino líneas rectas y continuas. Y quizás se nos olvida que cuando aparecen las líneas rectas, sea en un electrocardiograma o en un encefalograma, la cosa se pone "chunga". Porque eso significa que nos hemos muerto. Así que habrá que asumir que la vida es una montaña rusa de ascensos escarpados y descensos vertiginosos. Y que nuestro papel es vivir con intensidad lo que toca en cada momento, sin dejarse arrastrar demasiado por los sentimientos, las sensaciones, los pensamientos y las emociones de esos momentos. Y no por nada: porque somos mucho más que esas inquietudes, esas preocupaciones o esas intranquilidades.
Casi todo tiene solución. No hay que pre-ocuparse. Sólo hay que ocuparse cuando toca. Y tocará llamar a un nuevo fontanero o al albañil, aunque sea por enésima vez. Tocará una nueva sesión de láser, un viaje a la clínica oftalmológica de Barcelona, o aprender a manejarse con una visión más reducida si ese lejano día llegara. Tocará un cambio de trabajo o de compañeros, quizás. O tocará simplemente ser paciente y dejar pasar el tiempo hasta que pase la adolescencia. Pero sobre todo tocará darse cuenta de que no hay seguridades para siempre. Que no hay atajos ni líneas rectas. Y que hay que prepararse para esa continua mutación, que nunca cesa, por muy sordos que nos hagamos a estos avisos que da la vida.
PD: Compartimos también un audio de una mini-charla nuestra, justo de hoy, precisamente sobre este mismo asunto: https://www.patreon.com/posts/22984972
NOTA: Ya sabéis que este post se publica, como todo lo que escribimos, de forma gratuita y en abierto tanto en nuestro Blog como en nuestro Patreon. Pero a través de nuestra escritura estamos canalizando solidaridad hacia proyectos que lo necesitan, y queremos dar cuenta de ello:
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Además, los beneficios de la nueva tanda de libros que nos ha llegado, irán íntegramente para material escolar de los 28 niños del orfanato de nuestro querido Herminio: https://bit.ly/2CbfnQM
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