La actualidad no pinta bien. Los que necesitan ver un futuro despejado no están de enhorabuena precisamente. Los Trump, los Brexits, los enfrentamientos nacionalistas y geopolíticas, y la desconfianza hacia "el otro" parecen "el pan nuestro de cada día". Es como si el terreno que pisábamos hasta ahora desapareciera bajo nuestros pies. Y los que somos padres no podemos evitar pensar qué será lo que les tocará vivir a nuestros hijos. ¿Qué mundo habitarán?
A algunos padres les entra el pánico. Tenemos amigos muy preocupados por ese futuro para sus hijos. Tanto, que a veces no pueden ni dormir. Andaban muy inquietos antes del panorama actual, así que ni imaginamos cómo estarán ahora. No quieren equivocarse en la carrera que elijan para ellos, buscando la salida laboral más segura. A otros no les da la vida para tratar de acumular pisos, casas o fincas, que luego repartir entre sus hijos, y con ello procurarles un seguro ante las inclemencias del futuro. Una carrera segura de la que vivir. Unas propiedades que te mantengan a flote. Pero ¿de verdad nos creemos que el dinero o las cosas materiales son las que nos van a salvar en las situaciones más extremas? ¿No será quizás que las situaciones más extremas nos igualan a todos, tengamos o no dinero y tierras? ¿No será que es ahí donde podremos desplegar otros recursos y habilidades menos tangibles pero quizás mucho más valiosas? E incluso sin llegar a ese precipicio: ¿y si esas carreras o esas propiedades se acaban convirtiendo en unas cadenas que aprisionan a nuestros hijos durante cuarenta o cincuenta años? ¿Y si una hipotética herencia lo único que consigue es avivar rencillas entre hermanos, como tantas veces sucede por desgracia? Para ciertas almas libres, una carrera con salida segura o una suculenta herencia puede convertirse en la peor de las cárceles. Y los padres, encima, frustrados o hundidos por haber dedicado todos los esfuerzos de una vida a algo que, a la postre, hace de sus hijos unos infelices.
Poner el dinero en el centro de la vida de nuestros hijos, y que su existencia gire en torno a él quizás no hace sino prolongar esclavitudes de generación en generación. Por mi trabajo en una oficina de empleo, observo con estupefacción cómo la vida de miles de personas gira alrededor de una llamada de teléfono para que les contraten unos días de peón o les concedan un subsidio por unos pocos meses. Todo por unos pocos euros puntuales. Los dones y talentos de tantas personas, y su capacidad para generar redes de apoyo mutuo y sinergias, tirados a la cloaca de forma masiva e institucionalizada. Y miles de personas pendientes de que "Papá Estado" les salve. Afortunadamente hemos vivido ejemplos maravillosos de todo lo contrario , bajo las mismas circunstancias.
Entonces, ¿en qué invertir para allanarles el camino a nuestros hijos? Cuando la cosa se pone cruda, lo material no hace sino lastrarnos hacia las profundidades. Poner el dinero en el centro de nuestras vidas y la de nuestros hijos es la apuesta mayoritaria, pero incluso desde una perspectiva lógica, resulta absurda. Si el mundo se fuera "a la porra" y hubiera una catástrofe, una guerra o una estampida masiva, invertir en relaciones sería lo que nos podría salvar. Invertir en flexibilidad, en empatía, en tolerancia, en movilidad y en interculturalidad podría ser nuestro salvoconducto si tuviéramos que coger el "petate" y salir corriendo a descubrir mundo. Invertir en lo más intangible y sutil de nuestro ser interno sería nuestra tabla de salvación. Porque quizás toque adaptarse a situaciones precarias y ser capaz de ser feliz en ellas. Porque quizás toque trabajar "codo con codo" con el otro, con el diferente, con el de otro sitio, y vivir en armonía y paz con él a pesar de nuestras diferencias. Porque quizás toque hacer de cualquier sitio alejado y de personas totalmente desconocidas nuestro hogar. Y quizás ahí poco nos va a ayudar nuestra herencia, nuestra carrera para toda la vida, o nuestra saneadísima libreta de ahorros. Quizás ahí sea vital tener o construir relaciones fuertes, duraderas y de confianza con gente que nos abriría las puertas de su casa y de su corazón ante la adversidad.
Cada vez conocemos más gente que decide cortar en parte con esa dinámica materialista tan mayoritaria, aunque les tilden de locos o de irresponsables. Y casi siempre se les hace la misma pregunta: "¿Cómo llegáis a fin de mes?" Una pregunta que inmediatamente te obliga a pensar en sueldos mínimos para un cierto status. Pero la pregunta correcta debería ser: ¿Cuánto quieres invertir en trabajar por dinero, según el tipo de vida que deseas llevar? ¿Cuánto quieres invertire en ganar dinero y cuánto a trabajar por los demás, por otro mundo diferente, por tus dones y talentos, por dar otras referencias a tus hijos, o por construir relaciones duraderas? Quizás más que asegurar dinero para los hijos, deberíamos preferir facilitarles capacidad de adaptación, flexibilidad, inquietud por aprender, por relacionarse, por viajar y por adaptarse con facilidad y felicidad a las circunstancias que la vida les ponga delante, aunque sean las más extremas. Y curiosamente, en ese camino siempre surgen posibilidades y lugares a los que acudir y en los que ser acogidos si hiciera falta. Hablamos por pura experiencia.
Puede que haya llegado el momento de ser prácticos con respecto a los hijos. Por si acaso. Para cuando faltemos. Vaya o no la cosa a peor. Pero a lo mejor toca replantearse qué es "ser prácticos". Por si acaso. Para cuando faltemos. Vaya que nuestra apuesta pudiera hacer de ellos unos infelices.
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