Ayer, paseando por la calle, un chico joven, desde un segundo piso, vació una botella de un litro sobre la acera y luego tiró el envase a la calle desde unos 8 metros. Poco después tuve conocimiento de un movimiento a nivel mundial, que ha movilizado a miles de personas simultáneamente para, durante un minuto, mirar a los ojos a un desconocido, y experimentar la sensación de conexión y cercanía con cualquier ser humano (el "Eye Contact Movement"). Son gestos muy simples, pero que evidencian un alineamiento de quien interviene en ellos con una forma de relacionarse con los demás y con lo que nos rodea.
Ante el enorme drama de los refugiados también caben gestos. El Papa hizo uno, mostrando su consternación, y animando a todas las parroquias a acogerlos. El Arzobispo de Valencia, Cardenal Cañizares, tuvo también la ocasión de tener un gesto hacia ese drama. Representando a quien representa, podría haber tenido un gesto en conexión con las Bienaventuranzas de Jesús, o ese "fui forastero y me acogísteis". O podría haber recordado la famosa frase del "todo lo que hagáis a uno de mis pequeños, me lo hacéis a mí". Sin embargo escogió otro gesto en forma de preguntas en voz alta: "¿Esta invasión de refugiados y emigrantes es todo trigo limpio? ¿Dónde quedará Europa dentro de unos años? ¿Vienen simplemente porque son perseguidos?". La tormenta que ha desatado evidencia que el simple gesto que guardan tres simples preguntas en voz alta, implica una energía descomunal, y una alineación con una forma de vivir en este mundo. Sin pronunciarme sobre su Eminencia, lo que es indudable es que su gesto va más encaminado a crear duda, desazón, cizaña y resquemor, que a la acogida, al abrazo, al encuentro y a la solidaridad de tantos miles de personas que se han sentido UNO con esos refugiados. Su gesto implica fronteras; implica que unos tienen más derechos que otros; que unos invaden a otros; y que unos tienen más catadura moral que otros, y por lo tanto pueden permitirse juzgar a los demás como trigo limpio o trigo sucio. Sin duda ha sido un gesto feo y que descalifica a quien lo realiza, y a quien representa. Estoy seguro que, por convencimiento del error o forzado por la avalancha generada, pedirá disculpas e incluso se sentirá víctima de un linchamiento mediático. Pero de ahí la importancia de actuar con consciencia con nuestros gestos, porque tienen mucho más valor del que creemos. Estoy convencido que gestos así provocan gestos de rechazo en miles de personas para los que una Iglesia representada de esa forma deja de tener sentido. Miles o millones de personas cuyos gestos están en las antípodas, trabajando por los demás, por la bondad y el entendimiento, sin hacer preguntas, sin solidaridades condicionadas, sin grandes golpes en el pecho, sin boato vacío, y sin medias tintas. Gestos así son los que, hace ya tiempo, me hicieron ver el sinsentido de necesitar intermediarios (y menos de este calibre) para acercarme a Dios. Y en ese proceso me dí cuenta que sin intermediarios, Dios soy yo, y yo soy Dios. Y eso sucede cuando me hago UNO con el otro, y cuando me olvido de mi "yo", de mi "ego", de mis prejuicios, y de mi pensamientos y doctrinas totalizantes.
Ese simple gesto con sus tres simples preguntas en voz alta han creado energía y predisposición en una dirección u otra de millones de personas estos días. De ahí la importancia de nuestra encrucijada diaria y personal a través de nuestros gestos. ¿Nos acercan al otro o nos alejan de él? ¿Nos conectan con nuestro ser esencial o nos convierten en autómatas? ¿Nos llevan al desprendimiento, a la libertad y a la alegría, o nos abocan a la acumulación, a la esclavitud y a la tensión permanente?
El mundo se encuentra ante una encrucijada decisiva. Pero no tanto entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados, o entre el Sur y el Norte (¡que también!). Sino probablemente ante el mayor de los cruces de caminos: aquél que enfrenta las dos caras de nuestra moneda como seres únicos e irrepetibles; esa que nos confronta con nosotros mismos. Y deberemos decidir si queremos optar por un mundo nuevo o por un mundo en decadencia; por el "yo" o por el "nosotros"; por el "ser" o por el "estar"; por la confrontación o por la aceptación inconformista; por el miedo o por la libertad... Y en ese cruce no valen etiquetas ni resultados. No valen ni notas ni medallas. Ni siquiera vale el "qué dirán" o "cuánto sacaremos de esto". Estamos solos ante nosotros mismos, ante nuestra propia conciencia.
No se trata de grandes heroicidades, ni de lograr cambiar el mundo con giros radicales. Se trata sólo de conectarnos con la utopía de un mundo más fraterno y humano. Nuestros hijos se alimentan diariamente de esos gestos. Por eso es crucial alinear los gestos hacia la utopía, hacia un mundo mejor. De ahí que sea necesario poner toda la consciencia en nuestros gestos cotidianos: con pequeños soplos de ternura; posicionándonos contra pequeñas injusticias que perjudican la educación de nuestros hijos; priorizando otras cosas en el trabajo; viviendo con menos sin ser menos; dando sin esperar nada a cambio; creando nuestra propia suerte; acogiendo al otro, al diferente....Nuestro día a día es un pozo sin fondo de gestos, que nos alinean con la utopía o con lo viejo. Y nuestros hijos están muy pendientes.
PD: Si hoy te apetece hacer un gesto, te proponemos uno: súmate al grupo teaming de Proyecto O Couso, todo un laboratorio de vida hacia la utopía, lleno de bellos gestos hacia el encuentro. Algunos nos dicen que qué se va a conseguir aportando sólo un euro al mes (menos del precio de un café al mes). Pero lo importante no es el resultado: es el gesto. Y lo bello de los gestos es que haya muchos similares. Entonces los gestos se convierten en cascadas imparables que hacen que las utopías se conviertan en realidades.
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