Lo sé: no es bueno ponerse a escribir cuando la indignación le hace a uno perder el equilibrio y decir cosas que quizás no debería. Pero en este tema hace tiempo que me dí por perdido. Y cuando en un grupo de amigos o en algún medio de comunicación sale la cuestión de la inmigración, y empiezan a dibujarse fronteras, derechos de unos y de otros, pasaportes y argumentos de seguridad de los de aquí...Lo siento, pero pierdo todo sentido de la mesura.
Quien abra en estos días un periódico o vea un telediario y no sienta rasgarse por dentro algo muy profundo ante el enorme drama de los refugiados, quizás deba acudir al especialista y mirárselo. Sobre todo si aún le quedan ganas de argumentar sobre "los derechos de los de aquí", o sobre "si no hay trabajo aquí para todos" o sobre si la "asistencia sanitaria debe ser o no universal"...
Reconozco que hoy se me ha roto algo en el pecho cuando he visto la foto de ese niño, que apenas sabría andar, tendido boca abajo, muerto sobre la arena de una playa de Turquía. No he podido evitar imaginarme a cualquiera de mis tres hijos en una situación así. Y ante eso, no entiendo que haya quienes hablen de "reparto de cuotas de refugiados" y de "solidaridad con condiciones", en un manejo obsceno del ser humano como mero ganado o mercancía.
Prefiero tornar mi indignación en esperanza al conocer en primera persona casos como el de Adama, un chaval acogido por nuestro querido Héctor en su propia casa, y cuya visita esperamos con muchas ganas próximamente. Adama es natural de Costa de Marfil. Se fue con su hermano a la capital, Abidjan, a buscarse un futuro, y con 16 años se coló de polizón con otro amigo en un carguero de frutas a la busca de un futuro sin destino concreto. Al cabo de unos días desembarcó en lo que resultó ser Marsella, y buscando algún conocido de algún conocido, tomó un autobús para Bilbao. En la parada de Vitoria su desconocimiento del castellano y su inocencia le delataron como inmigrante ilegal, y acabó con sus huesos en un centro de internamiento para menores inmigrantes. De allí acaba de salir recién cumplidos los 18, y gracias al acogimiento de Héctor, se está forjando un futuro. No necesita caridad ni ninguna solidaridad paternalista. Sólo necesita una oportunidad, que por haber nacido unos kilómetros más allá de una raya mental que nos hemos inventado, se le niega. Y bien que la está aprovechando el bueno de Adama, todo un "crack" en los cursos de camarero y atención domiciliaria que ha realizado.
Estoy convencido que Adama saldrá adelante, y que en breve le contratarán y podrá ir regularizando toda su situación. Porque Héctor confió en él y porque está aprovechando la oportunidad que le ha dado la vida, que no es precisamente el ser futbolista, como reza en su pasaporte y en el de tantos chavales africanos engañados con ese absurdo negocio. Su sonrisa, su cercanía y su inocencia son un regalo, aunque durante el rato que compartimos con él, noté el peso de las miradas recelosas de su color de piel, mientras mis hijos se quedaban impresionados por su testimonio. Él sólo mira para adelante. Sólo quiere hacer las cosas bien. No da ningún mérito a su hazaña frente a tantos compañeros que se juegan la vida en las pateras.
Deseo con fuerza que cada vez haya menos fronteras (sobre todo mentales), menos niños tirados en una perdida playa, y más casos como el de Adama. No va a depender de gobiernos "salvapatrias". Más bien de que haya muchos "Héctor" dispuestos a "acoger al forastero" (Mt, 25,35) y a actuar "de igual a igual" con el prójimo.
Realmente esperanzadoras tus palabras ...dan testimonio de que sigue siendo posible un mundo mas humano mientras mantengamos abierto el corazón...sin fronteras ...GRACIAS
ResponderEliminarRealmente esperanzadoras tus palabras ...dan testimonio de que sigue siendo posible un mundo mas humano mientras mantengamos abierto el corazón...sin fronteras ...GRACIAS
ResponderEliminar