miércoles, 19 de agosto de 2015

Abriendo las puertas de nuestro castillo

Las vacaciones son para el encuentro. Por eso hace años que decidimos que en verano debíamos dedicar tiempo a explorar nuevas formas de encontrar cómplices por un mundo mejor. Es una forma de que nuestros hijos tengan otras referencias más allá de su círculo de amigos, su colegio o su familia. Estamos convencidos que para ser libres es necesario poder elegir entre distintos modelos, y el encuentro con lo nuevo, con lo distinto, con lo diverso, sin duda les enriquece.
Este año quisimos que conocieran lo que es la economía colaborativa, y buscamos a alguien que en nuestro camino a Francia nos recibiera en su casa mediante la fórmula del "couchsurfing", sabiendo de las dificultades de que nos acogiesen a cinco personas. Lo hicimos no por una cuestión de ahorro o de cercanía, sino como forma de conocer y crear lazos con personas que abren a deconocidos las puertas de su casa, que a fin de cuentas es el castillo de la intimidad, y aquello que nos salvaguarda de las posibles agresiones o irrupciones del "otro".
A veces escucho con excesiva frecuencia lo de "esto no hay quien lo arregle" y manifestaciones similares de pesimismo sobre nuestro futuro como especie. Pero mientras exista gente como Pablo e Irwin, el pesimismo no podrá con la fuerza de los hechos. Acoger a 5 personas en tu hogar no es nada fácil; ellos, la noche que les conocimos, acogieron en su preciosa casa de campo a nueve: 2 alemanes, 1 francés, 1 italiana y nosotros 5. Y no sólo eso, fueron a recoger en su coche casi a las 12 de la noche a la pareja de alemanes que entre autobuses y auto-stop andaban algo despistados por las carreteras asturianas. Hasta que estuvimos todos, no cenamos en aquella gran "Torre de Babel". A pesar de que nos parecía un abuso, los anfitriones durmieron en el sofá del salón y nos cedieron su propia cama y la habitación contigua para que toda nuestra familia tuviéramos nuestro espacio. No hubo forma de convencerles de lo contrario.  Incluso tenían una pizarrita en el salón con la clave de la wifi apuntada para que al huésped no le faltara de nada. Por cuestiones de trabajo, uno vive en EEUU y el otro en España, pero ello no es impedimento para que desparramen su hospitalidad en el corto mes en que pueden verse. Las casi 50 referencias positivas que acumulaban en internet en los más variados idiomas no exageraban lo más mínimo.
Pasamos dos noches con ellos que nos supieron a poco, y fuimos en busca de una segunda experiencia en tierras vascas, seguros de que el listón estaba puesto demasiado alto y difícilmente podría ser superado. Pero la realidad estaba dispuesta a sorprendernos de nuevo. Los cariñosísimos mensajes de Héctor auguraban lo que después se confirmó: una de esas personas que tiene la hospitalidad y la acogida en la sangre, como demuestra con el gran amigo Adama. De hecho pasa buena parte de su tiempo libre como voluntario hospitalero en el Camino de Santiago, y lleva más de 15 años acogiendo a gente de todas las nacionalidades de forma gratuita en su casa, habiendo sido incluso entrevistado por ello en los medios de comunicación. Su apuesta es clara: todo por el apoyo mutuo y la creación de lazos entre las personas. Desviarnos más de 60 km de nuestra ruta valió sin duda la pena: largas horas de deliciosa conversación, maravillosa conexión en cuanto a inquietudes vitales y preciosos paseos por Vitoria. Al menos a él sí logramos convencerle de que durmiera en su cama, en lugar de marcharse a casa de su madre como tenía planeado.
Objetivo cumplido: hemos conocido una realidad que se nos ha mostrado más esperanzadora de lo que imaginábamos. Se piense lo que se piense, sigue habiendo gente buena que abre las puertas de su castillo en el encuentro del desconocido. A la vuelta abriremos sin duda las del nuestro. Ya contamos los días para recibir a nuestros nuevos amigos Pablo, Irwin y Héctor.

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