A veces pienso que nuestra vida familiar es demasiado intensa, llena de idas y venidas, de encuentros , de viajes, de proyectos, de iniciativas... Es cierto que los cinco estamos cargados de energía y nos cuesta parar de hacer cosas. Pero la esencia de la vida no está en hacer, hacer y hacer, sino precisamente en no-hacer. Por eso es sagrado para nosotros esta semana de agosto en la que paramos de hacer y nos regalamos un retiro familiar los cinco juntos, alejados de todo y de todos, rodeados de naturaleza. Unos días para darnos cuenta de lo pequeños que somos frente a un Universo tan grande y hermoso. Este año nos hemos perdido del mapa en Ordesa y como todos los años está siendo una semana mágica.
El plan es muy sencillo: madrugamos y sobre las 10 de la mañana estamos ya recorriendo montañas majestuosas o impresionantes valles hasta que empieza a oscurecer por la tarde y volvemos exhaustos. Andar, andar y andar, como la vida. Pero en este caso alejados de estímulos que nos separan de lo esencial: estar en el aquí y en el ahora. Y una fórmula tan sencilla es la que cada año nos equilibra y cohesiona como familia. Son largas horas de esfuerzo compartido, de risas y de bocatas. Pero sobre todo de darnos un espacio y una atención exclusiva los unos a los otros que no siempre es sencilla. Y con algo tan simple, se obran milagros.
Hace un par de días, con mi hija menor, mientras subíamos a la "Cola de Caballo", quise hacer una prueba. Ella es el ser más vehemente, vital y enérgico que existe. Vive con intensidad los buenos momentos, pero se hunde ante el menor contratiempo. La reté a que estuviera 5 minutos seguidos sin reaccionar al menor estímulo exterior, y ser consciente de sus reacciones. Nuestro cometido era sacarla de su silencio y concentración y hacerla "saltar". Tardó más de 2 horas en conseguirlo: las bromas, la conversación ajena, el miedo a sentirse excluida, o cualquier comentario levemente hiriente la hacían revolverse y salirse de su centro, como nos suele pasar a todos con los estímulos de nuestro día a día: televisión, internet, los vecinos, los compañeros de trabajo, el siempre presente móvil... Al cabo de esas dos horas comprendió que podía ser dueña de sus reacciones y no esclava de los estímulos externos simplemente prestando atención y haciéndose consciente. Ella misma decidió seguir haciendo el juego a diario para entrenarse.
Otro bello aprendizaje surgió en los días siguientes sin ni siquiera buscarlo. Cada vez más los niños buscan su espacio e independencia, y quisieron adelantarse a la vuelta para llegar victoriosos los primeros al coche. Les dejamos, pero en un repecho del camino les vimos e intentamos acercarnos a ellos para retomar la conversación. Rápidamente vieron nuestro intento y buscaron otro atajo para escaparse y demostrarnos su fortalezas a pesar de la larga caminata. Pero nuestro atajo nos llevó al cabo de 10 minutos 500 metros por delante de ellos y ganamos sin pretenderlo la improvisada carrera. Nuestras risas contrastaban con su enfado y frustración: habíamos ganado a pesar de no haberlo pretendido, y ellos habían perdido a pesar de sus esfuerzos. Sin duda habíamos hecho trampa. Los mayores solemos reaccionar también así en nuestra vida.
Ayer intentaron el segundo asalto, y se escaparon en el último trecho de la ruta. Esta vez no íbamos a intentar ni siquiera un atajo, y nos detuvimos en dos cascadas para darles tiempo. A falta de 5 minutos para la llegada oímos sus gritos a nuestras espaldas. ¿Cómo podíamos haberles adelantado? Caras largas. Había habido motín a bordo y diferencias de criterio en un cruce de caminos. Anduvieron cerca de una hora perdidos. Nueva carrera perdida, pero era lo de menos. Aprendizaje de vida "al canto" con el susto aún en el cuerpo. Adoro estos días de retiro familiar.