lunes, 24 de noviembre de 2014

Hojas de corazones

Hoy mi hija paró de nuevo el reloj. Fue a la hora de salir del "cole". Llegaba  a casa como siempre, contando mil y una anécdotas. De repente se quedó en silencio y el tiempo y ella se detuvieron. Un grito ensordecedor se apoderó de toda la calle. Pensé que sería una broma: acababa de pasar por ahí tres minutos antes y no había visto nada especial. Pero sí que lo había: justo delante de nuestra puerta, en el suelo, había una hoja de árbol con una forma idéntica a la de un corazón. Su hallazgo merecía el grito, y ese parón del tiempo. Que un corazón así estuviera en la puerta de casa debía significar algo, ¡seguro!.
Doy gracias a la vida por esos momentos de magia en lo cotidiano; por esa capacidad que los niños tienen para descubrirnos el misterio de lo sencillo; por su talento para demostrarnos el sinsentido de las prisas que nos hacen pasar de largo; por su sensibilidad hacia la verdadera esencia de la vida: el AQUÍ y el AHORA.
¡Vivan las hojas de corazones y los dibujos en las nubes!

lunes, 17 de noviembre de 2014

Sin gafas por la vida

Mi hija es una sirena. No tiene en su cuerpo escamas, ni cola, ni aletas. Pero no conozco a un ser humano al que le guste tanto nadar o sumergirse en el agua. Ya con 2 años, casi sin andar aún, le encantaba que la sumergiese en lo más profundo de la piscina para sacar a la superficie algún objeto que yo le tiraba. Con 5 años la apuntamos a la piscina municipal, y empezó con sus primeros entrenamientos medio serios. ¡No he visto un ser más pequeño con una autodisciplina más grande! ¡Daba gusto verla en su papel de nadadora "pofesional"!
Sin embargo, llegó la primera competición seria. El pabellón estaba "a rebosar". El griterío de los niños nadadores y de las familias animadoras era ensordecedor. Le llegó el turno de saltar a la piscina. Sonó la bocina y saltó con tanto entusiasmo que se le salieron las gafas de bucear. Cuando logró salir a la superficie estaba totalmente desorientada. No sabía si nadar en una u otra dirección. Parecía un "patillo mareado". Se golpeó en varias ocasiones con los corchos separadores de calles. Cuando el resto de niñas ya habían llegado a meta, a ella aún le quedaba un buen rato. Se generó un silencio cómplice con ella, y cuando por fin llegó a meta, la ovación colectiva premió su tesón. Ese es un detalle que siempre me ha gustado: incluso los padres más competitivos son capaces de ovacionar y apoyar a los chavales que llegan en última posición muy alejados de los primeros puestos.
A pesar de que había sido más aplaudida que las ganadoras del torneo, aquella anécdota marcó a mi hija. Se sintió ridícula, y empezó a sentir un miedo escénico que empezó a afectarla. Intentamos tranquilizarla. No nos interesa lo más mínimo la competición, pero sí que sepa plantarle cara a las dificultades, o al menos lidiar con ellas. Las siguientes competiciones fueron un suplicio: se apoderó de ella el pánico recordando el episodio de las gafas en su primera competición, y pedía no participar aunque había estado entrenando con ahínco. Quizás unos padres protectores la hubieran quitado de inmediato de natación. Pero huir de la dificultad debilita a nuestros hijos para el futuro. Creemos que más que proteger a sus hijos, los padres deben acompañarles para que aprendan a protegerse, y volar ya solos cuando les toque. Y eso es lo que hicimos, aunque sin duda hubiera sido más fácil darla de baja en natación.
Ahora ella tiene 9 años. Se acuerda de aquel episodio de las gafas con orgullo, como una gran prueba superada en su vida. Ha aprendido que se puede avanzar por la vida incluso si se te caen las gafas y te sientes desorientado; que las pruebas más difíciles nos hacen más fuertes; y que el miedo al ridículo, al "qué dirán" o al fracaso es el mejor maestro para educar nuestra determinación.
Este verano fue medalla de Andalucía de natación, y hoy ha tenido una recepción en el Ayuntamiento por ese motivo. Sus entrenadores creen que podría tener futuro como nadadora profesional, pero continuará con la natación si sigue disfrutando con ella. Las exigencias de la alta competición y el afán por ganar obligan a renunciar a otras inquietudes. Y eso no le interesa a ella, y menos a nosotros como padres. Ella podrá ser lo que se proponga en la vida, como sus hermanos. Sólo tiene que visualizarlo en su mente y en su corazón, con o sin gafas.

viernes, 7 de noviembre de 2014

Lágrimas de Scout

Los hombres no lloran. Y menos en público. Aquel día yo lo hice “como una magdalena”. Hasta mis hijos se asustaron al verme. Pero no había por qué preocuparse. Era de puro gozo. La vida no da demasiadas ocasiones para que el corazón se expanda, y aquel día el mío se expandió tanto que debía salir por algún lado, y lo hizo por los ojos.
Somos una familia de 3 hijos, y desde hace tiempo andamos en la búsqueda de un mundo mejor para vivir. Creemos que en esa búsqueda es bueno replantearse las prioridades en la vida. Por eso quisimos que nuestros hijos entraran en los Scouts hace varios años. Ellos estaban muy contentos, y nosotros también. Pero, con sinceridad, era una de las muchas actividades que hacemos en nuestra incesante búsqueda. En nuestro interior, los Scouts constituían un círculo más de actividades: cosas que hacer, hacer y hacer. Quizás por eso, cuando nos propusieron que, como padres, nos involucráramos más, no encontrábamos la forma de hacer hueco dentro de tantas idas y venidas.
Sin embargo el pasado año surgió la posibilidad de que Eva hiciera la comunión con los Scouts. Dentro de nuestro concepto de la espiritualidad y la fe, no hay mucho sitio para comuniones “bodorrio”, para trajes de princesa, o para banquetes multitudinarios. Creemos en las cosas sencillas y de corazón, más que las llenas de “floripondios” pero vacías por dentro. Por eso la posibilidad nos ilusionó. Lo que no esperábamos es que nos introducíamos en algo más que “un día de comunión”. Nos introducíamos de lleno en la esencia de lo que es “SER Scout”.
Cuando los padres apuntamos a los Scouts a nuestros hijos, a veces, en el fondo, les apuntamos a “una actividad más”, que les aleja de peligros como las “litronas” o las malas compañías. Pero si nos quedamos sólo en eso, quizás nos podemos estar perdiendo parte de la riqueza de lo que es “Ser Scout”. Y creo que la integración entre Padres, Niñ@s y “Repon”hay una enorme riqueza. No se trata de que “nuestros hijos vayan a los Scouts”, se trata de vivir en familia esa “esencia Scout”.
Organizar la logística de la comunión “codo con codo” con otros padres, nos permitió conocer desde dentro, y durante semanas, la abnegación de otros padres del comité, que por el simple hecho de “estar siempre dispuestos a servir” dedicaban fines de semana enteros por ayudar a que ese fin de semana  fuese inolvidable para nuestra hija y otros pocos niños. Nos permitió ver cómo se afanaban en limpiar letrinas padres y “respon” a los que no les iba nada en ese día. Nos permitió conocer la generosidad silenciosa de muchas caras anónimas en cada detalle: en las canciones, en la liturgia, en la decoración, en la limpieza, en la preparación de las mesas y de la paella, en la atención a nuestros parientes y amigos invitados al evento…Un precioso trabajo coral y en equipo, en el que nadie trataba de destacar más que nadie. Un verdadero ejemplo vivo de lo que es vivir en comunidad, y de lo que realmente significa la “comunión” (del latín “communĭo”, término que hace referencia a “participar en lo común”).
Fueron muchos momentos de “comunión” antes y después del día de la celebración. Días de preparativos y de generosidad derramada. Y por ello, en plena ceremonia no pude, ni quise, reprimir las lágrimas de emoción. Creo que en ese momento sellé mi alianza como Scout. Ahora soy parte del Comité. Y estoy dispuesto para servir.